Estoy enamorado, de Ti, Jesús. ¿Cómo se puede enamorar uno tanto de alguien, como me he enamorado de Ti? Es que Tú juegas Tus juegos de un modo sorprendente, desanudando los atoramientos de mi vida de tal modo que resulta imposible no ver que eres Tú el que está detrás de todo eso. ¿Y por qué lo haces, si no es porque me amas infinita, personal e inequívocamente?
¿Y yo? A mi me cuesta moverme, arrancar, poner mi cuerpo y mi alma en el camino para volver a pisar las piedras que tanto lastiman mis pies. Y es que me pregunto, ¿cuánto voy a trabajar por Ti antes de quejarme de lo pesado de la mochila, del sol que quema mi frente, de la sed que abrasa mi garganta? No hay quejas, no puede haberlas, porque descalzo y lleno de sudor Tú caminas a mi lado y me animas con miradas que lo dicen todo.
Me hieren con las miradas, con las palabras, con los pensamientos. No dejan que mi sonrisa se mantenga más que unos instantes, para luego ser derrocada por una lluvia de palabras que duelen en el corazón. Es que, ¿cuánto voy a sufrir antes de pedirte que los quites de mi vista? Si es que a Ti te han clavado tantas espinas, y sin embargo nos hiciste bienaventurados por dejar que nuestra carne sea traspasada por algunas espinas también. No, no te pido nada, te miro y me sorprendo una y otra vez ante tanta capacidad de amarme.
Hablan, hablan y siguen hablando. Quiero contestar, quiero gritarles, pedirles que callen si es que no tienen alguna palabra amable para decir. ¿Cuánto tiempo voy a resistir este silencio que me amordaza, antes de pedirte que me dejes expresar todo lo que siento en el alma? Nada te pido, si es que Tú callaste cuanto podrías haber gritado Tu inocencia, Tu Divinidad, Tu poder. Las habladurías retumban y enferman Tu rebaño, pero no seré yo el que se sume a tan cruel forma de herir Tu Corazón amante.
Fracaso una y otra vez en todo lo que intento, pareciera que no soy capaz de hacer nada bien. Y me pregunto, ¿cuánto tiempo voy a resistir antes de pedirte, al menos, un poco de éxito y seguridad? ¿Cómo podría esperarlo, si es que Tú naciste en una miserable y fría cueva, que con Tu Presencia se transformó en el lugar más santo de esta tierra, junto a aquel montículo de rocas donde te elevaste clavado en un Madero? Nada puedo pedirte, porque Tú me hiciste bienaventurado en el hambre y en la sed, en el llanto y la injusticia.
Te miro y me pregunto, ¿cuánto voy a llorar sin enojarme contigo? Ríos, mares, océanos de lágrimas pueden correr por mis mejillas sin que pueda atreverme a dudar de Tus propósitos en mi vida. ¿Cómo podría sentir que has dejado de amarme? ¿Como podría pensar que algo, de tanto dolor que se abalanza sobre mi, no es producto de Tu maravilloso plan para salvar mi alma?
Señor, estoy enamorado de Ti, y por eso dejo que seas Tú el que marca la senda que camino. No hay nada que me ocurra que Tú no permitas, o que simplemente promuevas con sutiles actos que advierto aquí, y allá. Quiero ser santo, Señor, quiero ser bueno y si me lo permites, quiero ser aunque más no sea un poco, si un poco, como Tú.