El P. Daniel nos deja el siguiente testimonio que nos ayudará a reflexionar acerca de nuestra lucha por llegar a Dios…
Hace muchos años estaba en una parroquia del conurbano, parroquia de Cobunco. Allí confesaba largas horas todos los domingos. Además tenía unos amigos por ahí cerquita, en el décimo piso de un edificio. Cada vez que iba a visitarlos me encontraba con el portero del edificio. Vaya a saber por qué extraña razón siempre que me veía me trataba mal. Tal vez habrá tenido alguna mala experiencia con algún cura. No lo sé; pero el caso es que siempre que llegaba y estaba él, murmuraba cosas, me apagaba la luz del palier, me decía que el ascensor no andaba y otras cosas que siempre me producían cierto fastidio.
Como de costumbre, cierto domingo de verano, después de haber soportado el calor y el cansancio de la jornada, fui a cenar a lo de mis amigos del décimo piso del edificio y, como era de esperar, allí estaba el portero. Mientras llegaba me preguntaba “¿con qué historia se saldría hoy?”.
Ciertamente ese no era mi día… ¡Y, dicho y hecho! Cuando llego, ¡allí estaba! No sé qué cosa me dijo. Se ve que ya se venía preparando y, palabra va y palabra viene, el diálogo se tornó exageradamente tenso y, tanto fue así, que llegamos a los gritos! Para no seguir provocando escándalo, dejé de gritar y subí raudamente donde mis amigos, y así, enojado como estaba empecé a decir, mientras entraba: “¡No vengo más a tu casa! ¡Tu portero siempre me tiene que decir algo! ¡No lo soporto más!”. Mientras mi amigo me escuchaba sorprendido, y me hacía sentar, uno de sus hijos me trae un vaso de agua.
Después de haberme calmado, mi amigo me pregunta: “Decime, Daniel, ¿A quién venís a visitar en el edificio; a mi esposa, a mis chicos y yo, o al portero del edificio?” Y yo le contesté: “Obviamente que a Ustedes!” Entonces, me dijo mi amigo, “Ni una palabra más!”.
En el edificio de la Iglesia siempre está el amigo esperando, y ese amigo es Dios, nuestro Señor. Y, afortunadamente, en el edificio de la Iglesia, no hay una sola puerta. Este edificio tiene muchas puertas, y en cada una, un portero. Si cuando quiero ir a ver a mi amigo este portero no me facilita el acceso, me lo hace dificultoso, tengo que ir por otra puerta, ya que lo importante es el encuentro con el amigo. No puedo dejar de ver al amigo por el portero. Siempre habrá alguna puerta donde el portero me diga: “Mire, recién lo vi a su amigo y me dijo que lo estaba esperando…” o también, “Vaya por este ascensor, que lo llevará más rápido que el que usó la vez pasada…”.
Ojalá, entonces, vayamos siempre en busca del Amigo que nos está esperando.
Este rústico portero les desea un buen día y que no dejen de buscar al Amigo. ¡DIOS LOS BENDIGA!
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Testimonio del P. Daniel