“Soy demasiado inteligente para creer en esas cosas”. Esta increíble frase referida a las cosas de Dios se escucha muy a menudo, y otras veces aunque no se la escucha, se la intuye en la actitud de las personas. Para poder comprender el tremendo error que emana de este concepto, hay que buscar dar un correcto significado a la palabra “inteligencia”. ¿Acaso la inteligencia consta de saber mucho, tener mucha información en la cabeza, es eso realmente ser inteligente?
Para mí, la palabra inteligencia participa del concepto de sabiduría. Y sabio es alguien que ha llegado a un punto de notable paz interior, no de frenética búsqueda del saber. Esto es importante, porque la sociedad actual no posee sabiduría, sino una loca búsqueda de saber más y más, de acumular conocimientos. El sabio sabe lo que quiere, busca lo esencial, aquello que hace al bien de la gente, busca la armonía de las cosas y de los hombres, el balance perfecto. Tiene silencios y pausas, reflexiones y meditación. Pero por sobre todo lo demás, quien es sabio ha llegado a un punto en que es capaz de reconocer sus propios límites: se ha visto tantas veces enfrentado a no poder explicar cosas, hechos, situaciones, que ya sabe que él tiene su campo de entendimiento acotado, y que superarse consiste justamente en reconocer y respetar ese limite, a tiempo.
Me produce risa y tristeza, a la vez, ver al mundo actual tratando de explicar el origen del hombre, del universo, de la naturaleza, sin colocar a Dios en el centro. ¿Cómo pueden pensar que todo esto, con nosotros en el centro, puede haber surgido de una combinación de energías y quien sabe que otras explicaciones supuestamente racionales?. Esta gente nos mira con rostro serio, como tratando de ser convincentes con lo que dicen. ¡Pero qué locura!. La locura consiste en no aceptar que el hombre tiene, por Gracia de Dios, una inteligencia que le permite comprender una cantidad de cuestiones que lo hacen progresar, avanzar. Pero existe una zona, un terreno, que le está vedado. Es el campo de las cosas de Dios, el mundo sobrenatural, espiritual, el Reino de Dios.
Cuando el hombre llega a ésta frontera, y la encuentra vedada a su capacidad de comprender con medios humanos (sólo se la comprende con los ojos de la fe), se rebela, y declara que ese mundo sobrenatural no existe. O bien lo “naturaliza”, lo trata de explicar mediante las imperfectas leyes naturales que el Señor nos deja comprender, pero que son inútiles si se las intenta aplicar a las cosas de Dios. Mal utilizadas, se transforman en rebelión, en idolatría, en ateismo o en tantas otras manifestaciones del naturalismo, racionalismo y muchos otros “ismos” que arrasan las mentes de estos tiempos, y saturan las bibliotecas.
Cuando creemos que podemos entender todo, comprender todo, es cuando creemos ser como Dios. Y allí caemos en la peor de las idolatrías: hacemos un ídolo de nosotros mismos, idolatramos nuestra propia inteligencia. ¿Acaso no es eso una forma de locura, una negación profunda de lo que es obvio, de la existencia de lo Superior, lo Sobrenatural, Dios mismo?. Y es que la trampa que nos tiende nuestra propia mente es justamente esa, la de la soberbia. ¡Querer ser como Dios, qué locura!.
¿Quién es realmente inteligente?. Quien acepta a Dios tal como es, Creador y Omnipotente, Omnisciente y Omnipresente. Todo lo puede, todo lo sabe, está en todas partes, es quien creó todas las cosas. Si Dios nos ha dado el don de la inteligencia, es para que la pongamos a Su servicio. Qué hermoso es cuando se ve que los científicos buscan comprender las leyes del universo, pero poniendo a Dios en el centro. Si, ya sé que eso no se ve muy a menudo en las escuelas ni en las universidades de hoy en día, pero ocurre, créanme. Sin ir más lejos, les recomiendo el libro “Para Salvarte”, del Padre Jorge Loring, donde se unen de un modo amoroso la ciencia moderna con la fe cristiana.
Estar dotado de una inteligencia superior al promedio es un don que Dios nos da, pero también es una prueba a la que él nos somete. ¿Qué vas a hacer con ese don, lo vas a poner al servicio de Dios, aceptando tus limites, o lo vas a utilizar para competir con el mismo Dios, tratando de ser tan inteligente como El?. Sé sabio, pon tu inteligencia al servicio de Dios, y abre tu corazón para que sea el freno natural a la tentación de caer en la soberbia. Sé siempre como un niño, acepta tus limites, sé simple de corazón, ¡Dios te ama!