Si hace diez años hubieran dicho a Michael Hawker, entonces político y protestante, que sería diácono católico y se volcaría en acompañar enfermos de cáncer y en fomentar la belleza litúrgica no se lo habría creído.
Hacia 2010, Michael Hawker era una persona poco interesada en la religión. Él venía de una familia presbiteriana y siempre creyó en Dios, pero sin apasionamientos. Su esposa Carol sí era una cristiana luterana devota.
Michael era de Petersburg (Iowa), pero empezó a trabajar en Alaska en temas empresariales del sector petrolero. Más adelante fue político (diputado) en este Estado, de 2002 a 2016.
La enfermedad golpea en la vida
Las cosas cambiaron en 2010, cuando le diagnosticaron un cáncer de próstata neuroendocrino, una versión de la enfermedad que rápidamente se extiende y puede matar en semanas o meses. Durante los ciclos agotadores de quimioterapia, Michael empezó a pensar en Dios en serio.
“Estaba tan mareado que cerraba los ojos y no podía dormir; oía a Dios discutir mi destino”, ha explicado en The Witness, la revista de la diócesis de Dubuque en Iowa.
Los tratamientos no daban fruto y Hawker estaba a punto de rendirse, pero su esposa Carol insistió en animar a los médicos a buscar “una última oportunidad”. Exploraron posibilidades experimentales. Encontraron un inmunólogo especializado en urología que propuso usar bloqueadores hormonales para frenar el crecimiento del cáncer.
Primera oración real de entrega a Dios
El 7 de diciembre de 2010 Michael rezó a Dios, el día antes de recibir los resultados. “Fue la noche que por primera vez me entregué a las manos de Dios. Cuando recibí los resultados, el doctor dijo: ‘tienes tu milagro de Navidad'”.
El cáncer se frenó, y después una cirugía eficaz reparó su vejiga (dos intentos previos fracasaron). Desde entonces ha habido un par de rebrotes más que ha ido tratando. Michael entiende que vivimos tiempo prestado.
En esa época en que Dios y la fe se hicieron algo cercano e importante, incluso urgente, Michael se declaró buscador espiritual. Quería saber más. Y le interesaba el catolicismo. Recuerda perfectamente cuándo ‘optó’ por la fe católica.
En una iglesia hispana de adobe: el Santuario de Chimayó
Él, hoy dedica dinero y esfuerzo a fomentar la belleza en las iglesias, y le gusta especialmente el estilo neogótico. Pero su conversión católica sucedió en una humilde iglesita de abobe en Nuevo México, en una población fundada por españoles hacia 1740: el Santuario de Chimayó.
Chimayó tiene unos 3.000 habitantes y está en la antigua ruta que une los pueblos españoles de Nuevo México, entre Taos y Santa Fe, en las montañas Sangre de Cristo. Y su santuario cada año recibe cientos de miles de visitantes que buscan la “arena curativa” de El Pocito, especialmente en Viernes Santo. En este pozo de arena apareció hacia 1810 un crucifijo. Lo encontró un fraile que había visto una luz allí y fue a cavar al lugar. Lo llevó a Santa Cruz, pero tres veces desapareció de donde lo colocaron y volvió milagrosamente a su agujero. Así construyeron allí en Chimayó una capilla para el crucifijo, después una misión de adobe más grande en 1816. Hubo muchas curaciones asombrosas y se fue extendiendo su fama. El crucifijo está hoy junto al altar de la capilla.
Y allí se sentó Michael Hawker. En esa capilla, dice, sintió con fuerza la Presencia de Jesús. “Entré allí como buscador… y en cuanto me levanté del banco era católico”, dice.
La hermosura de los templos católicos
Por sus tratamientos visitaba Petersburg, en Iowa, a menudo. Allí se enamoró de la iglesia católica de San Pedro y San Pablo, y del altar impresionante del artista Egid Hackner. Con el tiempo Hawker y su esposa dedicarían mucho dinero a ayudar en las reparaciones del hermoso templo.
“Cuando entré en San Pedro y san Pablo sentí que estaba en casa. Pude sentir el Espíritu Santo”, declara. Por sus experiencias, sabe lo importante que es mantener los lugares sagrados como algo especial, sacro, de reverencia y misterio.
Michael Hawker y su esposa Carol se hicieron católicos y él fue ordenado diácono permanente en la dióceasis de Anchorage (Alaska) en mayo de 2018. La prensa local recogió que a la ordenación fue mucha gente pero pocos políticos, excepto un par de ex-diputados.
Michael Hawker hoy pide conservar la belleza de los elementos tradicionales de los templos católicos. “Una de las grandes tragedias de los espacios sagrados en Estados Unidos es la destrucción de muchos altares, púlpitos, reclinatorios y confesionarios magníficos y hermosos, algo que ocurrió en el fervor iconoclástico por la ‘simplicidad’ que siguió al Vaticano II”, lamenta hoy.
También le gusta la misa “ad orientem”. Le entristece que “mucho del rico simbolismo que manifiesta se ha extinguido en las rúbricas contemporáneas”.
La espiritualidad del buen morir
El diácono Hawker y su esposa trabajan hoy pastoralmente con enfermos de cáncer, buscando dar luz y esperanza en el tiempo de vida que se nos concede. Por su trabajo con enfermos, y por sus propias experiencias de dolor y hospital, al diácono le gusta reflexionar sobre “el arte de morir”.
“La muerte es simplemente parte de tu territorio cuando tienes un cáncer terminal y ya has vivido más de lo que puede explicar la ciencia médica convencional. Gracias, Señor. Nuestra sociedad se ha distanciado y ha escondida la muerte de las compañías ‘educadas’. Un hospicio [para enfermos terminales] es bueno, pero es un almacén antiséptico de muerte estructurada. Podemos hacerlo mejor con los moribundos. Restauremos la espiritualidad a la entrega del espíritu“.
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Fuente: Religión en Libertad