¿Cómo nos ve Dios? Él tiene una visión santa de nosotros, tal cual como nos creó. En cambio nosotros tenemos una visión humana, poco espiritual. La santidad consiste en hacer converger ambas visiones, hacia la que Dios tiene de nosotros.
Esta divergencia entre la visión que el Creador tiene de nuestras almas y la que nosotros normalmente poseemos, se puede resumir como la brecha entre nuestro potencial, como personas, y lo que hacemos de nuestra vida en realidad. Dios ve lo que en potencia podemos hacer, lo que nuestras condiciones y talentos permiten brindarle mientras estemos en éste mundo. Y nosotros, con ese potencial, realizamos actos y ejercemos nuestra voluntad de tal modo que generalmente producimos mucho menos de lo que Dios espera de nuestras almas.
¡De la potencia al acto hay mucha distancia!. De lo que somos capaces de hacer a lo que en la vida cotidiana hacemos hay gran brecha, mis queridos hermanos. Y es que Dios nos invita permanentemente a entregar más, a ser más, a poder más. Mientras tanto, nosotros, nos autolimitamos, nos cercenamos en nuestro desarrollo potencial.
¿Cuál es ese potencial, cual es la expectativa de Dios hacia nosotros?. Pues es simple: El sabe que nos ha dado lo suficiente para ser santos, para vivir una vida de santidad. Para eso nos ha creado, nos ha dado lo necesario, a cada cual según su misión en la vida, como está expresado en la parábola de los talentos. A quien más se da, más se pide. Pero todos tenemos la obligación de sacar el máximo provecho espiritual, como fruto de santidad, a aquellos talentos y dones que Dios nos da. El Señor nos mira en relación a lo que, en potencia, podemos hacer de nuestra vida.
¿Y qué hacemos nosotros mientras tanto?. En nuestros actos, si bien en potencia podemos ser santos, nos transformamos en pecadores, en transgresores del Plan que Dios trazó para cada uno de nosotros. Por supuesto que esto ocurre en distinta medida para cada alma. Las habrá que se alejan en medida extrema de lo que Dios espera de ellas, haciendo que la brecha entre su potencial de santidad y la realidad de sus actos sea gigantesca. Y las habrá, para gloria de Dios, que cierran esa brecha y acercan la realidad de su vida, de sus actos, a lo que en potencia Dios espera de ellas. ¡Son los santos!.
Si uno estudia la vida de los santos, verá que su principal característica es haber llevado los dones recibido por Dios, lo que en potencia son capaces de hacer, a una práctica cotidiana real, a una sucesión de actos de amor que funden la expectativa de Dios en ellos, con su propia vida. ¡Que enorme alegría para Dios!.
Cerrar la brecha entre la potencia y el acto, entre lo posible y lo real, entre nuestro deber y nuestra respuesta, es fundir nuestra propia voluntad con la Voluntad de Dios. La Voluntad de Dios expresa lo que El espera de nosotros, y esto es exactamente lo que en potencia podemos hacer. Al fundir nuestra voluntad, eliminándola y reemplazándola por la de Dios, hacemos de la Voluntad Divina nuestra propia vida. La potencia, entonces, se transforma en acto.
En nosotros está hacer lo correcto. Los males del mundo se explican por la negativa de los hombres a hacer la voluntad de Dios. En potencia, este mundo debiera ser el paraíso terrenal. Sin embargo, fueron los actos del hombre los que lo transformaron en el sitio del dolor, el trabajo y la enfermedad. Dios siempre nos mira con la esperanza de que volquemos nuestros actos hacia El, que hagamos Su Santa Voluntad, así en la tierra como en el Cielo.