De la boca sale lo que en el alma habita. Esta verdad perpetua sigue reverberando a lo largo de la inmensidad de los siglos, y es aun tan fresca y terminante como desde el primer día en que una boca humana la pronunciara.
Nuestro corazón esconde misterios y miserias, maravillas y secretos que sólo Dios conoce, por más que esté enclavado en el centro de nuestro propio pecho humano. Las cosas malas que se maquinan en nuestro corazón, o los actos heroicos que de él emanan como algo natural e impensado, son actos reflejos que hemos incorporado a lo largo de los años. Como esas costumbres espantosas que a nosotros resultan invisibles, pero son tan desagradables a los demás. O esos gestos nobles que tanto agradan a quienes nos rodean, y que nosotros realizamos de modo tan natural. Lo bueno o lo malo, todo parte de allí.
Es de tal modo incomprensible y misterioso para nosotros el proceso que se materializa en nuestro interior, y sin embargo somos enteramente responsables de ello, y ponemos en juego nuestra alma, por el resultado que de allí surja. ¿Cómo es posible entonces que logremos salvarnos, lucir puros y dignos frente a la Mirada de Jesús que todo lo ve, y poder estar un día frente a El en el Reino Prometido?
Nuestro interior, lo que habita allí, sale a la luz a través de los actos que se materializan en palabras, gestos, miradas, o movimientos de nuestro cuerpo. Se puede decir sin temor a equivocarse que todo eso configura un tablero de comando en el que se refleja y se ve a plena luz del día el estado de nuestra alma. Por eso es tan cierto aquello de que “De la boca sale lo que en el alma habita”. Cuando incorporamos palabras sucias en nuestro vocabulario cotidiano, es simplemente porque nuestro interior está contaminado con esas mismas palabras que expresamos. Asimismo, cuando nuestro vocabulario es puro y acaricia a los demás, se puede decir que nuestra alma está pura y llena de sentimientos nobles.
Y cuidado que aquí no hablo de esas personas que dicen palabras bonitas, pero con un propósito de manipular a los demás, como los políticos suelen hacer. Esas palabras lucen atractivas, pero llevan impreso el veneno del mal, y sus caricias no tienen un fin bueno. Y tampoco hablo de palabras eruditas, o cargadas de ciencia humana. Estoy hablando de palabras simples, comprensibles por todos, que iluminen al mundo con mensajes de esperanza, justicia y paz. Palabras acompañadas de una mirada limpia, que lo dice todo. Mirada que abraza, que consuela, que es creíble, que expresa mucho más que el simple significado de lo dicho.
Cuando nuestras palabras y nuestros gestos y miradas se han adaptado a emanar constantemente mensajes sucios, agresivos o hirientes, podemos estar seguros de que debemos iniciar un trabajo serio en nuestro interior con dedicación y entereza, porque algo se ha desviado allí. Si lo que sale de nuestra boca nos espanta, es porque algo espantoso habita allí dentro.
La pregunta que nos debemos hacer entonces es, qué o quién debiera habitar en nuestra alma. La respuesta es simple y única: Dios. El Espíritu Santo, como Don Divino, busca sin cesar hacer nido en nuestra alma, habitar en ella, obrar desde allí. Cuando Dios logra hacerse espacio dentro de nosotros, nuestra boca comienza a emanar palabras que son miel, pura dulzura y alabanza a Dios. Allí podemos claramente reconocer que es Dios mismo quien obra a través de nuestras manos. Es la definición del profeta, y no te sientas incomodo con el término. Palabra de profecía es aquella que representa lo que Dios quiere que digamos en Su Nombre. No es algo reservado a los antiguos profetas, sino que es un Don con el que Dios ha dotado a Su Iglesia, porque El quiere hablar a través de los suyos, ayer, hoy y siempre.
Qué hermoso es, de tal modo, que de nuestra boca salgan cosas hermosas, como signo y reflejo de que en nuestra alma habita Dios. Esto es algo que Dios mismo quiere hacer, porque cada uno de nosotros tiene la posibilidad de recibirlo, hacerle espacio dentro nuestro. La condición es simplemente el tener la valentía de meditar profundamente y con sinceridad sobre lo que sale de nuestra boca en la vida cotidiana. Si vemos que ello no es bueno, debemos poner manos a la obra e iniciar un propósito de conversión profunda y sincera.
El Señor espera que reconozcamos que hemos descarrilado, que nos hemos salido del Camino, que es El, y decidamos con un corazón humilde y sincero, convertirnos, volver a Casa. La purificación de nuestra alma de lo malo que habita en ella se logra con oración, meditación, ayunos y pequeñas privaciones de aquello que más nos ata al mundo. Pequeños signos que harán que nuestra alma se lave y empiece a elevarse. Cuando Dios vea estos esfuerzos, te premiará con sus dones y sus consuelos, sus alegrías espirituales. Será entonces que verás cómo lo que sale de tu boca empieza a cambiar, porque en tu alma comenzará a habitar de modo más cómodo El mismo, el Espíritu Santo que nos aconseja, nos consuela y guía nuestra vida.
Y si de nuestra boca salen palabras de Amor y Bien, es porque el Amor y el Bien han hecho Casa dentro nuestro. Hemos vuelvo al Camino, a la senda que nos conduce al Reino del Padre, donde El nos ha preparado una habitación, para ser así parte fundamental de Su Familia por toda la Eternidad.
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Autor: Reina del Cielo