Dar sin esperar

Qué alegría inmensa se siente cuando se da algo a alguien, sea una ayuda material o espiritual, o tal vez cariño, afecto, consejo, apoyo, guía o simplemente el estar presente en la adversidad.

Y cuando dar duele, porque significa alguna clase de sacrificio personal, la alegría es más grande aún, es un consuelo para el alma.

¡Pero que débiles somos las personas!. Porque aún en esos casos, en un pequeño lugar de nuestro interior estamos esperando que esa acción tenga un reconocimiento posterior, un gesto. Y ese sentimiento de algún modo implica no entender que es ante Dios que hacemos nuestras obras, ante nadie más. Sólo El debe ser nuestro testigo, para El es nuestra entrega. Nuestra alegría debe ser reflejada por el amor de Jesús que se hace carne en nuestro corazón en esos gestos, en la mirada de María, Madre orgullosa de sus hijos cuando obran siguiendo el modelo de Cristo.

Pero también debemos reconocer que prestar atención a los gestos posteriores de la persona que recibió nuestro amor, es importante. No para recibir algo en recompensa, sino para terminar nuestra obra, tratando de ver si la semilla de amor que plantamos germina, o no. Y quizás la tristeza más grande sobreviene cuando vemos que nada ocurre, pese a la muestra de presencia de Dios que nuestro hermano tuvo a través nuestro. Cuando vemos que simplemente sigue su camino, y no da la menor muestra de haber sido testigo del amor de Dios, devolviendo amor por indiferencia o peores actitudes aún. ¡Profundos sentimientos se sacuden en nuestro interior en esos momentos!. Injusticia, falta de agradecimiento, ceguera, insensatez, malicia. Estas y otras palabras más duras aún, nos golpean como latigazos, amenazando destruir el valor Divino de nuestro gesto de amor cristiano.

Ayudar

¿Qué debemos hacer?. Nada, solamente llevar la cruz que Jesús nos propone, e intentar nuevamente doblegar con amor la resistencia de esa alma. Una y otra vez. Es importante que en esos momentos no nos dejemos llevar por nuestros impulsos humanos, y en cambio pensemos sinceramente y con el corazón, que es lo que Dios espera de nosotros en esos momentos.

¿Y qué ocurre cuando los hechos son a la inversa?. Cuando alguien nos da amor, tenemos que retribuir amor por amor, porque ese es el circulo virtuoso que Dios nos propone. La semilla plantada por Jesús cae en tierra fértil y germina cuando la regamos con un nuevo gesto de amor, devuelto como agradecimiento, entrega, ofrenda. Muchas veces no nos damos cuenta del sacrificio, pequeño o grande, que alguien está haciendo por nosotros, y simplemente seguimos de largo como si nada hubiera ocurrido.

Dios se nos manifiesta en las pequeñas cosas, allí es donde tenemos la gran prueba del amor, la hora de la verdad. Demos sin esperar nada a cambio, devolvamos amor con más amor. Hagamos de nuestra vida una competencia de amor: ¡Veamos quien es capaz de dar más, y quien de devolver más!.

¿Qué otra cosa podemos hacer, que sea más agradable a los ojos de Dios?