Daniele Badiali nació en Faenza (Italia) el 3 de marzo de 1962 en una familia católica de agricultores, que vivían en un campo cercano a la ciudad. Además de su padre Luigi, la mamma Giuseppina y su hermana Alessandra, también eran parte de la familia los abuelos Domenico e Ida, los tíos Remo y Bruna y los primos Gabriele y Maria Grazia.
En el verano del año 1974, poco después de haber recibido el sacramento de la Confirmación, siendo casi un niño aún, Daniele comienza a comprender la voluntad divina para su vida:
“Yo era un joven que hasta los doce o trece años vivía tranquilamente en la parroquia aquí en Ronco. Un día conocí a jóvenes que trabajaban para los pobres. Ellos me hicieron conocer realidades que nunca hubiera imaginado hasta ese momento. No pensaba que en el mundo pudieran existir personas que mueren de hambre; yo, que nunca había sufrido por la falta de nada: mis padres siempre me habían dado todo, porque me amaban mucho. Entonces comencé a preguntarme: ¿Quién soy? ¿Por qué yo estoy bien y muchas otras personas están mal? ¿Por qué yo tenía tanta suerte y otros sufrían? Así es cómo nacen las cosas. Uno se hace preguntas, de lo que ocurre a nuestro alrededor, de por qué será así…”
Con tantas interrogantes y la pasión propia de sus años, ll cumplir los 15 Daniele quedó impactado cuando le hablaron del testimonio misionero de padre Ugo De Censi, un sacerdote Salesiano que había fundado en América Latina el movimiento juvenil misionero llamado “Operación Matto Grosso”. Daniele no dudó un instante en comprometerse a trabajar recogiendo frutas para juntar dinero y enviarlo a la misión. Tiempo después, en 1984, lograría su principal anhelo… viajar para unirse como voluntario misionero, en la conflictiva zona de Chacas (Perú).
El encuentro fue arrollador para Daniele. Con la ayuda de miles de voluntarios en terreno y donantes desde Italia, el sacerdote salesiano De Censi estaba levantando un número impresionante de obras de caridad: escuelas profesionales para talladores de madera, para enfermeras y maestras de escuela, un hospital en Chacas, casas para niños huérfanos o abandonados, reparación y construcción de puentes y carreteras, incluso la realización de una central hidroeléctrica que proporcionaría energía al pueblo. Todas obras confiadas a la mediación de don Bosco o de María Auxiliadora, según la más genuina tradición salesiana. Tampoco podía faltar el oratorio para miles de niños y muchachos, que lo abarrotaban cada domingo para ser formados y crecer en la fe.
Elegido desde el vientre de su madre
A su regreso en Italia Daniele ya sabía cuál era el llamado de Dios para su vida… “Dejándome llevar de la mano por algunas personas, me di cuenta que Jesús me quería sacerdote. No fui yo quien tomó esta decisión: sólo abrí mi corazón y otros vieron por mí este camino…”, le escribió a un amigo. En septiembre de 1986 ingresó al seminario en Bologna (Italia) y el 22 de junio de 1991 fue ordenado sacerdote, por el obispo Mons. Francesco Tarcisio Bertozzi, en Faenza.
Nada más ser ordenado, su obispo aceptó enviarlo como sacerdote fidei donum (misionero catequista) a la diócesis de Huari en Perú, para ayudar al padre Ugo en su misión, haciéndose cargo el 1 de septiembre de 1991 de la parroquia de San Luis, en la Cordillera Blanca: Un territorio vasto, con más de sesenta pueblitos esparcidos por las montañas, a los que se puede llegar solo a pie o a caballo. El padre Daniele trataba de llegar a todas las comunidades y se siente sobrecogido. En una carta describe esa experiencia: “Para poder escribir, he robado este tiempo a la gente que sigue llamando a mi puerta continuamente pidiendo víveres, medicinas, para pedir, pedir, pedir… Estoy entontecido por estos asaltos continuos, me es difícil salir de casa, inmediatamente veo que corren tras de mí para buscarme. No sé qué hacer… Estoy llamado a darlo todo sabiendo que mañana vuelvo a empezar y deberé darlo todo, otra vez. La espina que me clava es la pobreza, un dolor continuo que quisiera calmar pero no depende de mí. Es mediodía, voy a comer con los muchachos del taller, una viejecita está en el umbral de casa. No habla, otros en cambio te suplican hasta cansarte. Su silencio me ha llegado al corazón, cierro los ojos, bajo a tomar un tazón de sopa, la pasta es italiana: se la doy, me avergüenzo, es ella quien está implorando a Jesús la gracia que me salve. Me da las gracias con una sonrisa que me parece dulcísima. ¿Y si detrás de esta viejecita tan sucia estuviera realmente Jesús?”
El padre Daniele comienza el trabajo del Oratorio con los niños. En marzo de 1992 prepara a cuatrocientos para la primera comunión. En octubre de aquel mismo año un voluntario y amigo, Giulio Rocca, en el que estaba creciendo también la vocación al sacerdocio, es asesinado por un grupo terrorista. Daniele escribe sobre su muerte: “Giulio ha muerto como un mártir, no lo ha elegido él, sino el estado de cosas le ha llevado a morir de una muerte violenta parecida a la de los mártires. Ahora está claro también para mí el camino de la Operación Mato Grosso: perder la vida hasta el martirio. Todo esto me asusta, pero al mismo tiempo siento una quietud dentro de mí…”
Durante los años siguientes, fuera de algunos viajes a Italia por motivos de salud, se dedica en cuerpo y alma al trabajo de la misión. Construye un refugio andino con sus muchachos para acoger a escaladores y turistas y sacar algún beneficio económico con qué ayudar a los pobres. En 1997, pese a tener programado un regreso a Italia, decide quedarse en Perú encargándose también del trabajo del padre Ugo, quien había vuelto a Italia para predicar el retiro a los voluntarios. Pasa ocho semanas en el pueblo de Yanama guiando cientos de niños a la confirmación. Cada viernes los prepara para la confesión: es el momento más importante para el padre Daniele, que en aquel último año de su vida lo describe de este modo: “Hoy es el día de la Pasión. Me he quedado sin palabras, quisiera sólo llorar. He sentido frío. Deseaba la mano de los muchachos, no pedía que vinieran a mi lugar, sino solo que me dieran la mano. ¿Qué quiere decir darle la mano a alguien que sufre? Tenía que hablar de la muerte de Jesús, no podía hablar de ella como una fábula. La distracción de los muchachos se me clavaba en el corazón como la risa del diablo: «Te inquietas, te agitas, pero es todo inútil…». Por lo menos debían rezar o tener las manos unidas. Pero no se puede pretender, solo hay que dar… perdonar. Me he sentido un condenado, la misma escena de la Pasión se repetía aquí. Recibía todos los golpes. He tenido que aceptarlos todos, habría sido un error no quererlos. Espero solo que este sufrimiento le sea útil a alguien. Lo ofrezco. Dios mío, solo de Ti deseaba hablarles a los niños”.
A su regreso en la parroquia de San Luis, el 10 de marzo de 1997, comienza la preparación para la comunión de quinientos niños: dos semanas de intensa compenetración, dividida entre catecismo, rezo y juegos, hasta el Jueves Santo, día en que iban a recibir por primera vez a Jesús. El padre Daniel trabaja sin descanso mientras espera el regreso del padre Ugo de Italia. En aquellos días le escribe: “Me veo incapaz de abandonarme, de dejar que Dios lo lleve todo: aunque me parece jugarlo todo, veo que todavía he de apostar por Dios. Ser siervo inútil es realmente llamar al dueño, dejar en sus manos todo, no querer estar al frente de nada. Ser siervo de Jesús es realmente invocarlo con sus propias armas: la bondad, el perdón, el abandono, la paciencia, una sonrisa… morir”.
Seis días después, el 16 de marzo, un domingo después de celebrar la misa nocturna en el pueblito de Yauya, encuentra de repente el camino bloqueado con piedras. Aparece un bandido armado que pide una persona como rehén. Una voluntaria italiana, Rosamaría, hace ademán de bajar del jeep, pero Daniele la detiene: “Voy yo, tú quédate”. En un trozo de papel que había que entregar al padre Ugo se indica una petición de rescate por el prisionero. Pero dos días después, el 18 de marzo, el cuerpo del padre Daniele es encontrado en una escarpada pedregosa. Días antes, cuando todavía estaba en libertad, había escrito a un amigo que estaba en Italia, a propósito de la “buena batalla” de la fe:
“Sobre todo uno se da cuenta de que se ha de morir en el campo de batalla para que entre Dios a vencer al enemigo, al diablo. Nosotros tenemos solo que preparar la venida de Dios. Cuesta mucho porque hemos de dar la vida por un Dios que cuenta cada vez menos en la vida de los hombres. Te darás cuenta muy pronto de que ese Dios a quien deseas servir, al fin y al cabo, no es tan buscado ni querido por los hombres. Y conforme avances más te parecerá que este Dios desaparece de la vida de los hombres, incluso de la nuestra. Te deja solo para que lo representes en el campo de batalla. Te preguntarás a menudo: «¿Pero cuándo llega el Señor?» No escucharás ninguna respuesta, tú mismo tendrás que dar la respuesta con tu vida. El general entrará cuando y como quiera Él… No conocemos ni el momento, ni la hora… Lo único cierto son las disposiciones que ha dejado para luchar contra el enemigo: «Ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres… Si quieres ser mi discípulo toma mi cruz y sígueme…» Tu compañero de batalla, padre Daniele”.
El proceso de beatificación y canonización del siervo de Dios empezó el 20 de marzo de 2010.
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Fuente: Portaluz.org