La vida nos expone a decisiones difíciles, esas que nos obligan a tomar caminos que causarán dolor a alguien, hagamos lo que hagamos. A veces el dolor será nuestro, otras veces será de otras personas, pero en cualquier caso nos enfrentamos a opciones que no resultan evidentes, que nos causan temor y angustia. Estas situaciones se hacen más difíciles cuando tenemos gente a nuestro cargo de algún modo, seamos padres, o líderes de comunidad, o tengamos a otros bajo nuestra responsabilidad laboral.
Las noches se suceden y nos quitan el sueño, y hacen que una y otra vez analicemos las opciones disponibles, y en cada caso veamos claras consecuencias que no queremos afrontar. La angustia crece y no sabemos a quién pedir consejo, porque tememos que la pregunta produzca una respuesta que no queremos escuchar. Son momentos en que la vida se detiene, parece trabada y enmarañada, como no dispuesta a seguir adelante.
Tengo varios consejos para esos momentos, pero sin dudas que el principal es la oración, dejarle a Dios la resolución del problema. Orar fervorosamente es siempre la mejor opción, aunque en esas circunstancias nos cueste, porque nuestra humanidad se resiste a entablar el dialogo con Jesús. Es que estamos tan preocupados en nuestra batalla interior, que ni siquiera podemos alzar la mirada y serenarnos, para hablar con el Creador y Autor de todas las cosas, el Dueño de nuestra vida.
Yo tengo una oración especial para esos momentos, que más o menos dice así: “Señor, este problema que hoy pones frente a mí, yo no puedo resolverlo. Por eso es que te pido que lo resuelvas Tú, en mi lugar”. Esta simple oración de entrega es algo así como salirse del asiento del conductor, para sentarse en la parte trasera del vehículo, y dejar que nuestro Buen Jesús tome el volante. Es un acto de Fe en El, que agrada enormemente a Su Corazón Amante de nuestra alma.
Sin embargo, este acto de entrega obliga a que tengamos el discernimiento necesario para comprender qué es lo que Jesús quiere que hagamos. Si bien El está a cargo del problema ahora, somos nosotros los que debemos discernir cuál es Su Voluntad, y muchas veces tenemos tanto ruido interior que no somos capaces de ver con claridad. Primero y fundamental, debemos serenarnos y hacer silencio para que el miedo, el enojo, el orgullo y la vanidad no hagan que escuchemos solo nuestra propia voz interior, sin dar espacio para que Dios inspire los pensamientos que nos den guía y seguridad.
El discernimiento llegará, tarde o temprano, si dejamos a Dios actuar. Sin embargo, yo he descubierto una regla para esos momentos que suele ayudar a discernir, como si fuera un modo de orientar nuestra mirada. Esa regla se refiere a la caridad hacia otros. En muchas de esas decisiones encontramos que si hacemos lo correcto, podemos herir y faltar a la caridad hacia una persona, y si bien sabemos que la decisión es moral y racionalmente clara, no somos capaces de herir los sentimientos de esa alma, faltando a la caridad.
La regla para esos casos dice que la caridad hacia una persona deber tener un límite cuando comienza a afectar severamente la caridad hacia los demás. Por ejemplo, cuando en una situación laboral dudamos si separar o no a una persona que no contribuye al equipo en la medida que debiera, y nos preguntamos cuanta paciencia debemos tener, cuanto tiempo debemos esperar antes de actuar. La respuesta es analizar qué falta de caridad tenemos hacia los que trabajan para esa persona, o a sus colegas, dándole una y otra oportunidad, frente a las caídas. Hay un punto en que ser demasiado paciente con una persona, daña y hasta contamina el alma de otros que están afectados por esa situación.
La caridad debe ser partícipe de la justicia, porque Dios es infinitamente Misericordioso, pero infinitamente Justo también. Cuando nuestro trato hacia una persona comienza a implicar un daño moral o espiritual hacia otros, es que debemos orar para que Dios nos diga cuando y como actuar. Y si hacer lo correcto implica tomar una decisión difícil, no olvidemos que toda autoridad que tengamos sobre otros es un don recibido de Dios, y no podemos escapar a nuestra responsabilidad.
Señor, tengo miedo humano en mi alma, y sé que eso es por falta de Fe en Ti. Dame confianza en Tu Mirada, para que sepa ver en Tus ojos a mi Maestro, y así me fortalezca con el Espíritu Divino que me lleve con paso firme y seguro por los difíciles caminos de este mundo.