Hace pocos días recibí carta de un soldado español que está actualmente en Irak. El combatiente relata historias sorprendentes, de ataques permanentes, de día y de noche. ¡Es un verdadero infierno!
Situaciones de guerra tremendas, en que el hombre se encuentra bajo fuego, acosado, simplemente tratando de sobrevivir un momento más. Son instantes donde reina la confusión, es casi imposible pensar o reflexionar, todo gira alrededor como un loco carrusel. Las balas, las explosiones, los gritos, los llantos, los pedidos de ayuda, el rezo… el rezo.
Yo pensaba que muchas veces nosotros también vivimos “bajo fuego” del enemigo, pero bajo fuego del enemigo espiritual. Son esos momentos que quizás se iniciaron por un disgusto, una pelea, una frustración, un dolor o un temor a algo. Y a partir de ello se desata la guerra en nuestro interior: es como tener una escaramuza de pensamientos y de sentimientos, todos orientados a confundirnos, a hacernos odiar, temer, envidiar o juzgar. El tentador tiene la capacidad de introducir o sugerirnos pensamientos, en eso consiste su acción tentadora. Y por instantes parece que se empecina con nosotros y nos somete a un ataque concentrado. ¡Perdemos la paz!. No podemos reflexionar, todo parece conducirnos al enojo, a la ira, o al pánico.
Repiquetean en nuestro interior frases como: te toman de tonto, te están mintiendo, quienes son ellos, porque los obedeces, que haces tu aquí sin decir nada. O también la estrategia utilizada puede ser la del miedo: mira que puede ocurrir esto o aquello, tal cosa puede ir mal, tal persona seguramente te va a traicionar. Las maquinaciones de satanás y sus secuaces son muy sofisticadas, infinitas, pero siempre conducen a un fin último: hacernos caer.
Cuando estamos bajo fuego espiritual, corremos el riesgo de perder la serenidad y la seguridad de que Dios, pase lo que pase, nos ama y está a nuestro lado. Son momentos en que todo lo aprendido, todo lo vivido, parece darse para atrás. Hasta parecemos tener rechazo por las personas buenas que buscan ayudarnos. No sabemos bien por qué, pero todo está mal. Todo lo que antes estaba en su lugar, ahora está como en un estado de gran confusión. Son los momentos en que es imprescindible sujetarse a la única ancla que nos sostiene: la oración, el diálogo con Dios. Sin dudas que en estas circunstancias nos cuesta rezar, es como levantar una piedra muy pesada, nos cuesta empezar el rezo. Pero hay que seguir, hay que pedirle a Dios que nos proteja, y que nos devuelva la paz.
También es muy importante el poder mirarse a uno mismo en esos momentos, y darse cuenta que se está bajo fuerte ataque del agresor, de las tentaciones que intentan arrasar nuestra alma. Igual que en el caso del soldado que me escribió, el enemigo busca matar, sólo que en éste caso busca la muerte del alma. Si no somos capaces de reconocer la presencia del enemigo y de su ataque, ¡pocas chances de éxito nos quedan por delante, ni siquiera combatiremos!.
Creo que todos, en mayor o menor medida, estamos expuestos a los ataques intensos del mal, de la tentación. La medida la da la Gracia y la Oración que cada alma tenga, como verdadero Escudo protector. Cuando el escudo es débil, nos caemos, porque sólo Dios puede sostenernos. Cuando tenemos a Dios como protector, aunque pasemos muy malos momentos, finalmente saldremos victoriosos, triunfantes.
¿Pero, cuál es la derrota que el enemigo busca infligirnos, cuando nos somete a su fuego intenso, a su cañoneo tentador? Pues simple, hacernos caer en el odio, en la división, en el miedo, en aquellas cosas que él estuvo tratando de hacernos creer con sus agresiones. Y si caemos, pues enseguida será visible para los demás, porque el fruto será el pecado: la soberbia, la envidia, la hipocresía, la mentira, la ira, la vanidad, el egocentrismo, la agresión, el juicio. En fin, el mal.
¿Y cual es la victoria que se logra cuando pasamos por estas batallas con éxito?. Pues, ¡la Gracia, el amor!. El amor por quienes nos rodean volverá a brillar en nuestros ojos, la paz emanará de nosotros, el deseo de ayudar, el pedir perdón por lo hecho. Y por supuesto, la oración y el deseo de ser más fieles que nunca antes, a nuestro Dios. ¡La batalla habrá quedado atrás!.
Este estado de vivir “bajo fuego espiritual” puede durar mucho o poco tiempo. Eso depende de nosotros, por un lado (de nuestra entrega a Dios, de nuestra humilde oración). Pero, por otra parte, también depende de Dios, ya que la intensidad y la duración de la prueba que Dios permite, son a la justa medida de lo que nuestro bien espiritual requiere. ¡No temas!. Dios nunca permitirá una cruz más grande de la que tú realmente puedas llevar.
¡Pero tú debes superar la prueba!
Cuando te sientas bajo fuego espiritual, ten calma, entrégate a Dios. Ora, pide al Señor que haga breve la prueba. Entrégale tu sufrimiento en reparación de tus pecados y los del mundo entero. ¡Dale valor al sufrimiento, a tu cruz!. Y finalmente, que pronto puedas estar nuevamente en paz, bajo la mirada hermosa de Maria que alegre te dice:
Hola, mi hijito, qué feliz estoy al saber que estás conmigo aquí, en nuestra casa.