Cuando Jesús subió al monte Tabor y transfigurándose en luz apareció junto a los Profetas del Antiguo Testamento, generó tal gozo en los apóstoles que lo acompañaban que ellos quisieron quedarse allí, para vivir en forma permanente la Gracia de la Presencia de Dios en ese lugar.
Sin embargo Jesús les explicó que la vida debe ser vivida en trabajo y obra para beneficio del Padre, no para disfrutar de las caricias que circunstancialmente el Cielo da. Bajaron entonces del Tabor a seguir el camino, que terminó en la Pasión y Cruz en Jerusalén.
Cuando María y los apóstoles se reunieron en el Cenáculo en Jerusalén y recibieron la llama del Espíritu Santo, no solo se llenaron de Sus Dones, sino que sintieron un gozo inmenso que los llevó a disfrutar en felicidad el momento. Y si bien se quedaron unos días disfrutando de la unión y llenos del Espíritu Divino, y en la Presencia de María, la Madre de Dios los envió a los cuatro puntos del mundo a evangelizar y crear la Iglesia de Dios. Salieron entonces del Cenáculo para seguir el camino, y muchos de ellos para terminar crucificados, lapidados o perseguidos por difundir la Palabra del Señor.
¿Cuál es la enseñanza que vemos en estos dos hechos, que vienen directamente de Jesús y María?.
Muchas veces buscamos en la oración o en el contacto con Dios sólo consuelo o relajación por las presiones del mundo. Lamentablemente algunas disciplinas espirituales modernas llevan a la gente a la meditación sólo como forma de sentirse mejor, de liberarse del estrés del mundo actual. Particularmente las tendencias orientalistas tan en boga en muchas sociedades de occidente, que por moda buscan su espiritualidad en el lugar equivocado.
Orar es dialogar con Dios, es buscar Su encuentro en nuestros corazones. Muchas veces la oración nos encuentra en serenidad y alegría, mientras en otras oportunidades nos cuesta orar, como si estuviéramos caminando en arena pesada. ¿Entonces orar es malo?. ¿Debemos dejar de orar?. Como decía el Padre Emiliano Tardiff: ¡a veces es Viernes Santo y a veces es Domingo de Pascua!. Si Jesús tuvo momentos de enorme gozo y también momentos de inmenso dolor, nosotros no podemos pretender que al acercarnos a Dios sólo encontremos consuelo y relax. No podemos buscar a Dios como un consuelo o como un analgésico espiritual. El mensaje de Jesús es fuerte: ¡Hay que salir y enfrentar las injusticias y los dolores del mundo!. También hay que vencer las debilidades de la naturaleza humana, las tentaciones cotidianas.
Lo mismo ocurre con aquellos que buscan permanentemente la Presencia Mística de Jesús o María, los milagros, las manifestaciones de Ellos aquí. Pero se quedan con el placer que eso les dá, sin cambiar su vida realmente, sin enfrentar los dolores y los altos costos de una conversión verdadera.
Buscar a Jesús es tomar su Cruz, y seguirlo. ¿Entendemos qué es realmente la Cruz?. ¿Creemos que llevar la Cruz es una forma de encontrar alivio a nuestros problemas mundanos?. Llevar la Cruz es una forma de imitar la disposición del Señor a enfrentar, por amor, todas las injusticias e impiedades del mundo.
Cuando encontramos regocijo, en esos momentos en que Dios nos da regalos que nos consuelan y acarician el alma, tocamos el Cielo, sentimos la cercanía del Reino. Pero no podemos quedarnos allí, ya que el camino al Gólgota nos está esperando allí abajo, en la forma y los tiempos en que la Voluntad de Dios disponga.
Buscar sinceramente a Dios no es buscar relajación, felicidad terrenal o solución a nuestros problemas. Todo lo contrario: buscar al Señor es aceptar Su Voluntad para cualquier cosa que El quiera hacer de nuestra vida, sea lo que nosotros esperamos, o todo lo contrario.
Dios, en Su infinito amor, nos regala momentos parecidos a lo que ocurrió en el Monte Tabor, o a lo que ocurrió en el Cenáculo en Jerusalén. No nos quedemos allí: bajemos del Tabor, salgamos del Cenáculo y vayamos al mundo a difundir Su Palabra, a dar testimonio de Su amor, aunque duela.