Patricia Sandoval creía firmemente en que las mujeres podían y debían hacer lo que quisieran con su cuerpo. Y así lo hizo ella durante años: se quedó embarazada en tres ocasiones y abortó en todas ellas. Sin embargo, el trabajo en una clínica abortiva de Planned Parenthood en California le abrió los ojos a la realidad.
El síndrome posaborto que sufría sin saberlo, unido a las mentiras con las que se anima a las mujeres a abortar, fueron calando en ella. Fue al ver los brazos y el rostro de un bebé abortado cuando todo cambió. Ahora, Patricia Sandoval es una de las principales activistas provida y recorre el mundo relatando una historia que nunca hubiera querido contar, en nombre de los tres hijos a los que no les permitió nacer y a quienes prometió que lucharía para que otros niños como ellos no fueran abortados.
“Todo empieza por la ignorancia. Vengo de una familia llena de amor, pero en la que no se hablaba de valores o de sexualidad. En el colegio, me hablaban de los anticonceptivos, del sexo seguro…”
Con diecinueve años, comenzó a salir con un chico cinco años mayor que ella; mantenían relaciones y ella se quedó embarazada. Decidieron que tendrían el bebé, pero una de sus amigas le dijo que estaba “cometiendo un grave error”, lo que le hizo cambiar de opinión. Sin que su novio supiera nada, concertó una cita en una clínica abortiva.
Estaba tremendamente asustada, pero la médica le dijo que ella había pasado por dos abortos, que le había practicado otros dos a su propia hija y que tan solo tardaría cinco minutos… Cuenta que, durante el aborto, se sintió como una traidora. Era consciente de que estaba haciendo algo horrible, pero, por otra parte, se sentía aliviada al librarse del ‘problema’. A su novio, simplemente, le dijo que había perdido al bebé.
Tan solo cinco meses después del primer aborto, Patricia descubrió que estaba de nuevo embarazada. No se lo dijo a nadie, tampoco a su novio, e inmediatamente concertó una cita en Planned Parenthood porque “era muy vergonzoso regresar a la primera clínica en la que acababa de tener mi primer aborto. El segundo aborto fue rápido y nadie supo de él”.
“Siempre que necesité cualquier tipo de anticonceptivo me lo daban gratuitamente en las clínicas de Planned Parenthood porque los pagaba el Gobierno. Por ello, yo había recibido la mejor de las impresiones de estas clínicas”, cuenta Sandoval.
Enterrar el dolor del aborto
Estaba decidida a autoconvencerse de que ese aborto nunca había sucedido. Nadie sabría jamás de él. Sin embargo, un peso tan tremendamente grande no es fácil de olvidar. “Después del segundo aborto, quería suicidarme, estaba desesperada. Tenía muchísima vergüenza, no quería que nadie se diera cuenta, por lo que decidí enterrarlo en lo más profundo de mi ser y no contárselo nunca a nadie. Sin embargo, cada año que pasaba, y todavía hoy lo sufro, recordaba que mis hijos cumplirían tal edad, se habrían graduado o sacado el carné de conducir. Estas pérdidas todavía me duelen”, explica.
La relación con su novio se iba deteriorando por la inestabilidad emocional en la que estaba sumida. Pero, pocos meses después, volvió a quedarse embarazada de nuevo. En esa ocasión sí se lo dijo a su pareja, quien se alegró muchísimo. Sin embargo, ella no quería al bebé y convenció a su novio para no tenerlo. Le obligó a que la acompañara a abortar; él estaba aterrorizado, lloraba. En ese momento, Patricia recordó que, aunque él no lo sabía, este era su tercer aborto. Asegura que se sintió como una asesina: “Mi novio también lo sufrió: estaba muy deprimido, tenía pesadillas en las que aparecían niños que lo llamaban ‘papá’”, recuerda.
“Después de mis tres abortos, sufrí muchísimo: padecía un grave síndrome posaborto con desórdenes mentales, sentimentales, físicos…, pero nunca lo relacioné con los abortos porque no sabía que tenían este tipo de consecuencias. Me sentía vacía, triste, desanimada… situación que empeoraba tras cada aborto. Escuchaba a bebés llorando. Mi autoestima bajó muchísimo. Sufrí anorexia durante muchos años, tendencias suicidas… Pero todavía entonces tenía muy buen concepto de Planned Parenthood”, asegura.
“No era una bolsa de células”
Pocas semanas después de su tercer aborto, en el año 2000, Patricia dejó a su pareja, se mudó a otra ciudad y comenzó de cero. En aquel momento, decidió que quería “ayudar a las mujeres”, por lo que entró a trabajar en una clínica de Planned Parenthood. A pesar de no tener experiencia médica, fue contratada como asistenta sanitaria bilingüe, ya que muchas de las clientas eran de origen hispano. “Me pagaban muy bien, el sueldo era el triple que el de mi trabajo anterior”.
Le explicaron también que debía hacer de todo para convencer a las mujeres de que abortaran. Si tenían miedo, ella les daría seguridad para que no se echaran atrás. “Me entrenaron para engañar a las mujeres evitando las palabras mamá, papá. Pero, sobre todo, debía evitar la palabra bebé; les decía que era una bolsa de células, una cosa”.
“Así asistí a mi primer aborto como asistenta sanitaria. Era el de una joven que estaba de tres meses. Yo tenía que encontrar, después del aborto, las partes de los bebés”, recuerda. Cuando terminó la intervención, fue a la parte trasera del consultorio, donde contó las partes del cuerpo del bebé que habían extraído. Sin embargo, lo que ella esperaba que fuera una bolsita de células era un brazo perfectamente formado.
Entonces se dio cuenta de que había asesinado a sus tres hijos. Sin embargo, siguió trabajando unos días más, mientras su depresión empeoraba, hasta que, un día, decidió dejarlo.
“Todo es un engaño, es una mentira. Me decían: ‘No traigas fotos de familias porque la mujer se puede traumatizar si las ve, y si se traumatiza, no aborta, y, si no aborta, no hay dinero’. Es un mercado. Dicen que son profamilia y promujer pero en las reuniones de Planned Parenthood lo único que se mira es cómo sacar más dinero, y su manera de conseguirlo consiste en practicar más abortos. Por eso, promocionan el sexo seguro en los colegios y universidades, y como a los jóvenes les fallan, estos se ven obligados a abortar. Esa es su táctica”, asegura Sandoval.
Sin embargo, Patricia se encontraba sumida en un severo proceso depresivo. “Me sentía muy culpable, como una asesina. Había ayudado a mujeres a matar a sus hijos y yo había asesinado también a los míos”.
Con la autoestima por los suelos, comenzó a salir con un drogadicto que la inició en el consumo de cocaína, metanfetaminas y crack. Cuando terminó esa relación destructiva, se quedó en la calle, completamente sola y abandonada. Tenía 22 años.
Sanar el cuerpo y el alma
Mientras lloraba en una cuneta, una joven se acercó a ella y le dijo: “Jesús te ama”. Era la camarera de un bar cercano, que, después de invitarla a comer, se ofreció a llevarla a casa de su padre, a quien hacía más de tres años que no veía.
“Llegué a su casa. Mi padre abrió la puerta y me encontró hecha un esqueleto. Le pedí perdón y me acogió. En ese proceso de perdón, Patricia confesó sus abortos, pero aún sentía un profundo dolor por lo que había hecho. Había sanado su cuerpo al dejar atrás las adicciones, pero en su alma todavía no habían cicatrizado sus tres abortos. Finalmente, se decidió a participar en un retiro de Rachel’s Vineyard (Proyecto Raquel, en España), su momento de conversión. Cuenta que llegó al retiro sintiéndose una asesina que abortó a sus tres hijos y salió sabiéndose madre de tres hermosos bebés que Jesús y María cuidan mientras la esperan para encontrarse con ella, un día, en el Cielo. Entonces les prometió que, en su honor, haría todo lo posible para defender la vida. “Yo no tenía el plan de contar mi experiencia, porque todavía me da mucha vergüenza, pero con ella animo a muchas mujeres a sanar sus abortos y a prevenir a los jóvenes para que se respeten y se amen a ellos mismos y, sobre todo, para que valoren la vida”.
Proyecto Raquel
La iniciativa Rachel’s Vineyard (www.rachelsvineyard.org) comenzó en Estados Unidos en 1986 de la mano de Theresa Karminski Burke, fundadora del Centro para la Sanación Después del Aborto, quien, posteriormente, organizó unos grupos terapéuticos de apoyo a mujeres que habían abortado.
Esta iniciativa toma su nombre de un pasaje del libro de Jeremías, en el que se habla de Raquel, que se lamentaba por sus hijos. Se trata de retiros, de un fin de semana de duración, en los que se pretende “renovar, reconstruir y redimir los corazones rotos por el aborto”.
Es una terapia para el alma, ya que, según señalan ellos mismos, “las vidas se restauran; finalmente, se encuentra un sentido de fe y propósito para el futuro”. Rachel’s Vineyard está organizado por Sacerdotes por la Vida y se puede acudir en pareja. También existen encuentros dedicados exclusivamente a hombres. Actualmente, hay más de 650 retiros de Rachal’s Vineyard en 25 países del mundo. En España, el Proyecto Raquel (www.proyecto-raquel.com) es el que organiza estos retiros.
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Fuente: Revista “Misión”