Es absolutamente imprevisto, y extraordinario. La Iglesia tuvo la sede de Pedro vacante por unos días, pero en cuanto el cónclave anunció el famoso “Habemos Papam”, una vigorosa ola de sed de Iglesia arrasó al mundo. Si, el mismo mundo que está normalmente sumido en el materialismo y una actitud distante de Dios, se levantó como una multitud fervorosa a aclamar al Nuevo Pontífice.
¿Qué ocurrió? Yo creo que esto que ocurre es una demostración de que el mundo tiene en realidad una enorme sed de Iglesia, sed de espíritu, ante el vació espiritual que lo envuelve. Francisco desató, en el mismo instante en que fue anunciada su elección, una ola de alegría, excitación y aprobación que no se veía desde hace años. Me trae recuerdos de los primeros años de mi amado Juan Pablo II, por la frescura y la esperanza del mensaje.
Nuestro Papa, Francisco, ha hecho desde el primer instante una cantidad de gestos que nos obligan a decir “simplemente perfecto”. Son actitudes sencillas, pero justamente allí está el mérito, en la sencillez. Es exactamente lo que la gente secreta y esperanzadamente aguardaba de un líder espiritual universal. Cada día es una nueva sorpresa, un nuevo gesto que conmueve, que nos obliga a levantar la mirada hacia Dios que es el Dueño de la Iglesia, el Impulsor de todo lo que a Ella le ocurre a través del derrotero de su historia.
Esta sed de Iglesia no es un dato que debamos o podamos pasar por alto, si es que queremos levantar las velas de nuestras barcas y navegar con este viento espiritual repentino que atraviesa el mundo. Tenemos una enorme oportunidad, la de capitalizar con esfuerzos evangélicos el impulso que la Iglesia recibe en estos momentos. No podemos dejar pasar esta oportunidad, porque Dios nos espera con mirada esperanzada, para que recojamos frutos de fe, esperanza y amor, en medio del festejo que nos rodea.
Tengo que reconocer que, como argentino, soy un poco parcial en mis observaciones y mis juicios. Pero creo sin demasiado temor a equivocarme que esta sed de Iglesia se ha manifestado en todo el mundo católico, dando un sentido de amor, justicia y paz, a pueblos que viven plagados de división, mentira, resentimiento y miedo. Dios nos da un signo de esperanza, para que miremos el futuro sabiendo que Jesucristo es el Señor de la Historia, que no nos dejará solos nunca.
En este instante tan especial de los tiempos que vivimos, podemos y debemos unirnos a la Iglesia que invita a todos los hombres y mujeres de buen corazón, a volver al Amor de Dios, a gozar de la Paz que da sentirse en paz con el Creador. Un mensaje cargado de ayuda a los que menos tienen, por la unión entre los pueblos, por la defensa de la verdad y la justicia, por la sencillez y la negación del culto a la imagen. En resumidas cuentas, un mensaje cargado de las Palabras que Jesús nos legó.
¡Esta es nuestra Iglesia, la Iglesia de la que estamos enamorados y por la que queremos trabajar en búsqueda de la civilización del Amor!
Por supuesto que estamos preocupados por Francisco, por el desafío que tiene por delante. Pero obedientes a la Iglesia y convencidos de la acción de Espíritu Santo sobre Ella, miramos con esperanzado brío el futuro que nos espera. Conservar los pilares sobre los que está construido el edificio, y adaptarse a los tiempos de los mares por los que navega la Barca, son las claves que marcan nuestro futuro como miembros de la Iglesia.
¡Dios está con nosotros, pues quien puede estar contra nosotros y triunfar entonces!