Las lecciones de Judas

¿Por qué? Esta pregunta me ha perseguido por años respecto del mayor crimen de la historia de la humanidad, el Deicidio, el asesinato de Dios cometido por uno de Sus más cercanos amigos y seguidores. Judas de Keriot, el Iscariote, recibió absolutamente toda la formación de apóstol, de Obispo de la naciente iglesia, como miembro de los doce. Y habiendo acompañado a Jesús durante tres años, fue testigo presencial de prácticamente todos los milagros, los más vistosos, los más pequeños, todos. Y fue también infundido del poder de Dios, y él mismo pudo realizar milagros cuando Jesús envió a los doce a sanar enfermos de cuerpo y alma. No podía ignorar que Jesús era el mismo Dios hecho Hombre, y sin embargo lo entregó por unas monedas de plata. ¿Por que?

En la maravillosa obra de Maria Valtorta, El Poema del Hombre-Dios, he encontrado muchas evidencias para comprender éste misterio. En esta obra se lee con extremo detalle lo ocurrido en la Palestina de hace dos mil años, durante el caminar de Jesús en Sus años de vida pública. Así como Ana Catalina Emmerich y otros místicos recibieron visiones de la Vida de Jesús en la tierra, Maria Valtorta relata detalladamente episodios de la vida cotidiana del Señor y Sus seguidores.

Allí pude comprender que Jesús, en Su Naturaleza Divina, siempre supo que Judas lo iba a traicionar. Como Dios, el Señor veía los corazones, y con dolor trataba de corregir y formar a Sus discípulos. Con ninguno de ellos hizo un esfuerzo tan grande, ni tuvo tantos disgustos, como con Judas de Keriot, conocido también como el Iscariote. Jesús lo amó infinitamente, le perdonó todo una y otra vez, insistió a Sus otros discípulos que amen a Judas, que lo apoyen, que lo perdonen. Y Judas, una y otra vez, cayó. ¿Cómo no pudo aprovechar el tener al mismo Dios como Maestro y Guía, a tiempo casi completo? Dios no hace fuerza a nadie, no obliga. Como hijos de Dios gozamos de nuestro libre albedrío, del uso de la voluntad que El nos dio. Judas, haciendo uso de su opción, con tanta Gracia recibida, optó por condenarse realizando el más horrendo crimen que nos podamos imaginar. Y luego del crimen, pudiendo ser perdonado, no se arrepintió de lo hecho, quitándose la vida en medio de la más profunda desesperación.

treinta monedas

¿Cómo llegó Judas allí? Por muchos motivos, pero básicamente por falta de amor. Al amor que se le daba, respondía con celos y envidias. Celos de aquellos que ocupaban la atención del Maestro, por encima de él. Envidias de los apóstoles más elevados en la vida espiritual, como Juan, el más puro y con un alma más semejante a la de la Madre de Dios. Judas quería destacarse, aparecer como el mejor, el más santo, el más digno de posiciones de privilegio. Siempre disputando la primera fila, la alabanza. En el fondo, celos y envidias provenían de su marcada vanidad, su exceso de amor a sí mismo por encima del amor debido a Dios y a los demás.

Jesús solía decir a Sus Apóstoles que debían dejar de pensar como el “mundo”. Que debían tener una mirada espiritual de las cosas, alejada de los apegos a lo material o la soberbia a las que usualmente conducían los pensamientos del hombre. Una mirada espiritual de las cosas permitiría comprender el Reinado Espiritual de Cristo, a diferencia del reinado terrenal y humano que de Jesús esperaba, erróneamente, el pueblo judío. Pedro, muchas veces, recibió correcciones de Jesús en el sentido de elevarse espiritualmente y mirar las cosas con ojos de amor, de no dejarse confundir por el pensamiento del mundo. A Judas, en cambio, Jesús dijo varias veces que era, simplemente, mundo. Que estaba tan apegado al pensamiento del hombre ordinario, que se confundía él mismo con el mundo.

Cosas del mundo, como el dinero. Judas llevaba la bolsa, el dinero de Jesús y Sus Apóstoles. El era quien llevaba control del dinero que daban a Jesús Sus amigos ricos y fieles (como Lázaro o Nicodemo, entre otros) y lo entregaba a los pobres según Jesús se lo ordenaba. Qué gran dolor para el Señor el saber que Judas metía su mano en la bolsa y robaba del dinero de la caridad. Y mientras todo esto ocurría, Judas cultivaba a espaldas de Jesús sus viejas amistados con doctores y escribas del templo, los enemigos de Jesús a los que finalmente los entregó por unas pocas monedas de plata. Judas siempre jugó a dos puntas, a seguir a Jesús, y a mantener sus interesadas relaciones con Sus enemigos.

Judas siempre osciló entre el bien y el mal. Tuvo muchos momentos donde decidió con sinceridad el convertirse, pero luego no pudo sostenerse ante su naturaleza pecadora, inmensamente pecadora. Fue inestable, a momentos de verdadera intención de ser un fiel siervo de Dios, siguieron las oportunidades de pecar, y la caída. Como un péndulo que iba de un extremo al otro, del bien al mal, para finalmente caer en forma pesada e inapelable, al mal.

¿Por qué Cristo lo permitió así? Porque así debía ser, porque así era el Plan del Padre, porque alguien lo debía traicionar. Sino Judas, otro. A Jesús le causó infinito dolor la traición de un amigo tan cercano, e hizo lo imposible para que Judas deje de lado sus miserables inclinaciones. Pero la opción, siempre, es del hombre.

¿Cuantos Judas sigue habiendo en este mundo, amigos de Jesús, cercanos a El? Las lecciones que la caída de Judas nos deja deben servir a nuestra propia alma. Con todo lo que recibió de Dios, Judas cayó a lo más profundo del abismo humano. Pudo ser un santo como los demás Apóstoles, pilares de la Iglesia, mártires de fe. Pero fue Judas, simplemente Judas Iscariote. Meditemos sobre su caída, si Dios la permitió, es porque en ella tenemos una enseñanza muy grande a recoger.

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