A veces pienso que Jesús nos prepara durante toda una vida, minuto a minuto, nos observa y mueve de aquí para allá, suscitando pensamientos e inclinaciones, dando pequeños o grandes impulsos a nuestro destino, preparándonos para el día de nuestra gran prueba. Es cierto que nosotros muchas veces resistimos esos esfuerzos de nuestro Señor, testaruda y tontamente. Pero El sigue sin mostrar signos de cansancio, buscando y buscando ponernos una y otra vez en la senda que El espera de nosotros, esperando ese gran día. Así, paso a paso, Jesús prepara el escenario para el gran acto de heroísmo de nuestra vida, un punto de profunda prueba.
Y cuando menos lo esperamos, como en una curva de nuestro camino y de forma inesperada, ¡El nos está aguardando! Son circunstancias que no esperamos, pero que dramáticamente exigen de nosotros una prueba de fidelidad, de lealtad a El. Sin dudas que el pedido implica hacer algo que representa mucho esfuerzo. Puede significar poner a riesgo nuestro buen nombre o prestigio, nuestra estabilidad laboral, familiar o social, o nuestra imagen ante los demás. ¡Vanidades, apegos y seguridades tiemblan ante el pedido del Señor! Jesús, en estas circunstancias, nos necesita, nos pide algo, espera algo de nosotros. Muchas veces el bien de los demás está en juego, transformando el gesto que Dios espera de nosotros en un acto de amor hacia nuestros hermanos. Y en esos momentos, el mundo, ¡el mundo!, pone todas sus artimañas en juego, sus seducciones y amenazas, para tratar de frenarnos. Un verdadero bombardeo se desencadena en nuestro interior.
¿Qué hacer? Se nos invita a un acto de heroísmo, una muestra de fidelidad y amor por El. Si bien Jesús nos pide esto porque necesita de nuestra ayuda, también representa un paso fundamental para la salvación de nuestra propia alma. Porque, ¿cómo se puede seguir adelante, diciéndole que no a nuestro Dios? Seguramente nuestro costado humano se sentirá reconfortado y agradecido si decimos que no, ¡ha pasado el peligro!. Pero entonces la culpa grita en nuestro interior, acosando a nuestra alma adolorida por la traición perpetrada, traición que realizamos contra nuestro mismo Dios. No, no podemos decirle que no al Señor. Pero, ¿qué pasará con nosotros?. Los miedos nos abruman, nos invaden. ¡Falta de fe, falta de esperanza, falta de amor!. Puedes decir que tienes miedo, que perdiste la memoria, que debes ser responsable y prudente, que tienes muchas cuestiones a balancear y tomar en cuenta, gente a la cual responder, entre mil otras excusas. Nuestra debilidad se pone de manifiesto en estos momentos de suprema prueba.
Si decimos que no, qué daño enorme le hacemos a nuestra alma. Pienso que Jesús pone en estos momentos, en un punto único, todo el sentido de nuestra vida. Para eso es que hemos venido, para decir sí o no en este día, aquí y ahora. ¿Qué diremos? Años y años de vivir y deambular por experiencias tristes o alegres, dulces o amargas, hasta encontrarnos frente a El, en esta curva del camino. Jesús se pone frente a nosotros, obstaculizando nuestro paso, demandando una respuesta.
¡Pero qué maravilla ocurre si le decimos que sí al pedido de nuestro Jesús!. Nuestra vida, completa, toma sentido frente a toda la eternidad. El acto de heroísmo que llevamos adelante lava infinidad de pecados, nos acerca a nuestro Dios Bueno que se cubre de amor por nosotros ante nuestro valor, nuestro coraje. Y qué duda cabe que El no nos dejará solos en la prueba, haciendo que las consecuencias de nuestra fidelidad, que pueden ser dolorosas en lo humano, endulcen y embellezcan nuestro espíritu. Dios da en éstas circunstancias un consuelo que sólo los que han pasado por éstas pruebas pueden testimoniar.
Un acto de heroísmo puede más que mil plegarias, es la llama que quema nuestros pecados ante la Mirada de nuestro Adorable Jesús. Él se abraza a nosotros y llora de emoción, de amor, porque supimos poner todo a riesgo, por amor. Y de allí en más nos brinda Su compañía de un modo redoblado, dando más y más sentido a nuestra unión con El. Jesús, literalmente, se enamora aún más de nuestra alma, perdidamente.
¿Ha llegado tu hora de prueba? ¿Qué haz hecho? Si crees que fallaste, pídele que te dé otra oportunidad, que te espere en la próxima curva del camino. Si aún no ha llegado, prepárate, fortalécete en la oración para ser fiel cuando Jesús te pida tu muestra de amor por El. Y si estás viviendo la prueba de valor en éste momento, por favor no te dejes tentar por las debilidades que el mundo te propone. Dile si a Jesús, pon todo a riesgo, suelta tus manos que se sujetan a las falsas ataduras de las seguridades mundanas, y lánzate hacia adelante, hacia El. No caerás, Jesús te estará esperando, te sostendrá y hará de ti un digno y merecedor destinatario de Su amistad, de Su amor.