Mi padre falleció hace algunos años, y es notable como he ido cambiando mi perspectiva hacia él, a medida que pasa el tiempo. ¡Cada día lo extraño más!
Y me encuentro de modo más y más frecuente haciendo mención a él en circunstancias de vida cotidiana: es como que su influencia en mi crece y crece día a día. Los puntos de apoyo de mi temperamento los encuentro cada vez más claramente reflejados en cosas que provienen de mi padre, es como que son el freno, el paracaídas para no caer en las debilidades naturales que todos tenemos dentro.
Yo encuentro dos niveles de explicación a este hecho, a esta evolución: el primero en el plano humano, el segundo en el plano espiritual.
En el plano humano, creo que casi todos tenemos una evolución natural en nuestra relación con nuestro padre: cuando somos niños, papá es nuestra seguridad y confianza, es el punto de referencia obligado. Cuando nos volvemos adolescentes, pensamos que papá no entiende nada, no sabe nada de este mundo mío, está pasado de moda y particularmente no me comprende a mí y a mis necesidades. Cuando vamos llegando a los treinta años, nos encontramos de repente pensando: ¿no sería bueno preguntarle a papá que opina de este problema que tengo?. Poco a poco, vamos volviendo a él, revalorizándolo. Cuando tenemos cuarenta, definitivamente le consultamos muchas cosas, porque papá si que me da buenos consejos, ya pasó por esto antes que yo. Y finalmente, cuando no lo tenemos más, de cuantas cosas nos arrepentimos, cuantas cosas no dichas, cuantas preguntas no hechas, cuantos abrazos no dados, cuanto agradecimiento no transmitido. ¡Se me fue el momento, y no me di cuenta!.
Pero, gracias a Dios, podemos ver esta realidad también desde el punto de vista espiritual. Con una fe inquebrantable en la vida eterna, rezamos por su alma, para que el Señor la reciba en Su Reino, para que nuestro padre sea el mejor abogado que tenemos en el Cielo, cuidando de nosotros y pidiendo por nosotros. Y allí nos viene la tranquilidad de sentir en el corazón que papá está guiándonos desde lo alto, que nuestros pensamientos están guiados por él, que nos hace volver a los valores que nos enseñó y que nos hace recordarlo como modelo, como guía. En concreto: seguimos con él, hablamos, le hacemos preguntas, le contamos nuestros miedos y alegrías, tristezas y esperanzas, sentimos en nuestro interior su ayuda, guía y consejo. Y sabemos, positivamente, que él nos escucha y sigue atentamente todo lo que ocurre en nuestra vida y la de aquellos que más queremos.
Vemos así que tenemos que ir dejando de lado, con el paso de los años, la soberbia y vanidad que suelen invadirnos durante la adolescencia, para poder ir redescubriendo la verdadera esencia del indisoluble lazo de amor que nos une con nuestro padre.
¡Y hablamos de nuestro padre terrenal!. ¿Se imaginan entonces cómo es el amor de nuestro Padre del Cielo?. Igualmente, es imprescindible que nos libremos de nuestro ego y nuestra sensación de poderlo todo (típicos sentimientos adolescentes) para llegar a descubrir a Dios, nuestro Papá bueno que desde el Cielo nos da todo lo que necesitamos. ¿Acaso no es él quien nos da también a nuestro papá terrenal, así como a nuestra mamá y absolutamente todo lo que tenemos, incluyendo nuestra propia vida?.
Dios es un Padre Bueno, inmensamente Bueno, que nos ama infinitamente, tanto como para habernos dado a Su Propio Hijo como prenda de nuestra Salvación. Como lo hizo Abraham, ¿tú hubieras dado la vida de tu hijo, por amor a Dios?. Si bien a último momento Dios detuvo la mano de Abraham cuando él iba a sacrificar a su hijo, no lo hizo así con Su Hijo, Jesús, quien murió en la Cruz como el Perfecto Cordero de Sacrificio.
Así, con esta medida, te ama tu Padre del Cielo. ¿No vas a corresponder Su Amor?