¿Quién soy? Me miro al espejo, y veo a ese desconocido que me mira como sorprendido y provocador. Su mirada me escruta como tratando de encontrar algo en las profundidades de mis retinas, como queriendo ver más allá, en ese rincón lejano que algunos sabios llaman alma. ¿Quién eres? ¿Cómo puede ser que no nos conozcamos después de tantos años, tantos tiempos galopados en un sinfín de tormentosos esfuerzos por insistir en el error?
¿Por qué me miras sorprendido? ¿Acaso no eres el mismo que ayer encontró esta misma mirada devuelta por el caprichoso juego del espejo? Definidamente, no te conozco. He pretendido conocerte, he dicho que puedo anticipar hasta la última de tus respuestas, y he vivido seguro de saber hasta donde puedes, hasta donde quieres, hasta donde debes. Pero ahora, nada parece ser igual. Me he derrumbado como un roble al que le fallan las escondidas raíces.
En el profundo entendimiento de que nadie me puede comprender en este mundo, nadie me puede conocer, ni siquiera yo mismo, es que me derrumbé ante la mirada sorprendida de quienes me veían sólido y seguro de mi mismo. Creí conocerme, me sentí muy seguro de mis capacidades, y de mis secretos defectos también. Pretendí fortaleza ante el mundo, hice de mi vida un permanente ejercitar la autoestima, el amor propio, la vanidad. Y ahora, me encuentro frente a este desconocido que no sabe nada de si mismo, al que miro con desconfianza y temor.
Señor, ¿donde encontraré la fortaleza, donde podré descubrir el bastón donde asirme para poder volver a caminar por este mundo que me resulta tan hostil y sombrío? Sé que estás ahí, que me miras con ojos de eternidad, con esa paciencia y comprensión que ningún otro puede tener. Si Tú me dices una y otra vez que ?me niegue a mi mismo, si es que quiero encontrarte?, ¿cómo es que he caído en este pozo sin final, en esta noche sin alma? Ese desconocido que soy ante mi mismo, no sabe ni siquiera por donde empezar a reconstruir lo derruido.
Pero no, Tú no quieres que reconstruya nada dentro mío, sino todo lo contrario. Tú deseas que este abatimiento sea la roca en la cual construiré mi casa, porque en este sendero oscuro estás Tú, extendiéndome la Mano Salvadora. Es en Ti que tengo que confiar, es en Ti que debo apoyarme. Si me miro en este espejo y comprendo que nada soy, descubro que en Ti solo seré. Si me miro en este espejo y comprendo que nada doy, descubro que nada tengo, todo lo he recibido de Ti, y por Ti lo doy.
Y si bien me veo como un desconocido, comprendo que haciéndome como Tú quieres, como Tú lo tienes pensado, es que encuentro nuevamente la fortaleza interior. Fortaleza que no es autoestima, sino entrega a Ti. Fortaleza que no es confianza en mi mismo, sino fe en Tu Divina Providencia. Orgullo que no es vanidad de mis méritos, sino agradecimiento de cuanto Tú haces por mí. Mis miserias se vuelven como diamantes cuando brillan al ser entregadas a Tu perdón. Mis errores se vuelven Gracia, cuando te miro y extiendo mi mano para que me vuelvas a recoger del fango.
Ahora miro en el espejo y me reconozco, porque en mi mirada te veo a Ti, en mis pensamientos te siento a Ti, en mis tristezas me uno a Ti, en el dolor sostengo Tu Cruz, en el llanto enjuago Tus lágrimas. Quiero ser, mi Señor, refugio de Tu peregrinar. Cuando estés cansado, ven a mi casa, ven a mi alma. Allí no hay nada, porque lo he sacado todo fuera. He dejado un infinito espacio para que me llenes de Tu Gracia, para que sientas que dentro de mí puedes alegrarte y comprender una vez más que, por los siglos de los siglos, Tu plan ha sido realizado en aquellos que te aman sin condicionamientos.
Dame la Gracia de ser siempre así, como me siento en este momento. Un enamorado de Tu Alma, un ser entregado a Tu Voluntad, un pedazo de eternidad que ha florecido en el jardín del mundo, para que los frutos de Tu Amor se derramen sobre la fértil tierra que me rodea. No me dejes caer, mi Señor, en las tormentosas noches que han inundado mi pasado. Déjame ser nada, como hoy lo soy, para ser todo, en Ti.