¿Quién puede comprender lo que se siente? ¿Cómo explicar lo que vibra en nuestro interior, cuando amamos a Jesús? Un abismo nos separa de la tierra, y con melancolía pensamos en la Casa del Padre, ¡cómo quisiéramos estar allí! No hay palabras que puedan describir lo distantes que nos sentimos del mundo y sus vanidades, como rechazamos aquello por lo que se desviven las multitudes. Son estados de ánimo en que Jesús nos pasa el arado de ida y de vuelta, por encima y por revés, para que estemos más preparados que nunca para lo que viene, para la siembra. ¡Es que Él quiere asegurarse una gran cosecha!
Extasiados y enredados en Sus lazos silenciosos, sentimos que nuestra alma sabe bien que detrás del arado viene la Palabra y luego la lluvia de Gracias. Nuestro espíritu se fortalece porque sabe que ya viene la época linda, del brote verde y tierno de la obra nueva, de los campos espigados y mansamente oscilantes y sujetos a los jugueteos de las ondas del viento. De la satisfacción infinita, que a nada se puede comparar, de ver que algo podemos hacer que alegra y hace sonreír a nuestro Señor.
De sonrisas, de sonrisas del Señor, ¡de Gloria! En definitiva, de un domingo de Pascuas en que temprano por la mañana tu alma va de la mano de Magdalena, entran al huerto y le gritan a una voz, ¡Raboni! Y El las mira sonrientes, Eterna mirada que atrapa, y abrazo que endulza y da vida. Es como si lo viera al Padre en este momento observando como tú y Magdalena, de la mano, hablan sobre nuestro Buen Jesús, y ríen y lloran de alegría ¡Está Vivo!
Quien puede comprender estos inefables sentimientos, estas explosiones del alma que nos muestran recuerdos que nunca existieron, pero que están ahí, vívidos, esperando salir de nuestro interior. Quien puede escucharnos y comprender, saber que esto es la verdadera felicidad. Que somos así, madera de otro Reino, frutos de un árbol de amor, quijada que muerde una causa y no la suelta, porque es amarrados a ella que queremos vivir, dulcemente esperando que llegue nuestra hora de ser actores de Su guión, de Su historia.
Por un minuto de Su sonrisa, damos una vida, entregamos el dolor. Por un minuto de Su Voz, damos el Reino, para que El lo tome y lo abra a quien sabe que otros, que necesitan de nuestra amistad con el Señor para ser aceptados. Reino que viene, que crece y se va, pero que se construye aquí, con estas pequeñas muestras de amor entre hermanos. Como ahora, querida alma, como ahora. Un mimo del Señor, una caricia, un rato para estar con El. Un abrazo sutil que nadie comprende, que nadie ve, sólo tú y El. A nadie lo dices, a nadie puedes explicar lo que se siente. Pero tú bien sabes que es El el que ha hecho nido en tu corazón, ahora que has sabido encontrarlo.
¡Señor, haz de mi vida una oración! ¡Haz de mi pensamiento un haz de luz que suba hasta Tus Pies! Una palabra de amor, una mirada de agradecimiento, una sonrisa cómplice, una voz que se eleva en mi interior y me dice que si, que somos dos amigos que se confían cada pequeño paso de mi vida. Ahora eres Tu el que sugiere, ahora soy yo el que habla. Ahora es un tiempo de Gracia porque sencillamente, Señor, estás caminando sobre el mundo. El Cielo se ha abajado a la tierra, y las piedras se abren a Su paso, para mayor Gloria de Dios.