Vivimos tiempos donde se pone a prueba nuestra fidelidad a la Iglesia, prueba que sospecho será más intensa a medida que pasen los años. Sin embargo, es importante tener muy en claro en qué consiste esta fidelidad, para no debilitarnos y perder fuerzas que sin dudas necesitaremos en la batalla cotidiana de sostener nuestra fe y nuestro amor por la Esposa Mística de Cristo, Su Iglesia.
Es sorprendente, pero en el trabajo de evangelización se encuentra muy a menudo una explicación común entre aquellos que en determinado momento de su vida se apartaron de Dios: ?he dejado de acudir a Misa porque he escuchado que tal sacerdote hizo tal cosa mala, o porque leí en el diario que tal obispo en tal país hizo tal otra cosa?. La verdad, ¡que fácil es! Nos enojamos con un sacerdote, y nos alejamos de Dios. La conciencia se adormece ante tan burdo argumento, ahogando el grito del alma que clama por regresar a Dios. Son simples excusas, trampas del alma para hacer la vida más fácil y llevadera, trampas que nos hacen caer en la falta de perseverancia.
La respuesta para esta gente es simple: Jesús hizo cabeza de Su Iglesia a Pedro, a quien por otra parte fue al que más reprimió por sus equivocados juicios y errores de apreciación, además de sus cobardías y traiciones. Sin embargo, Pedro perseveró y alcanzó el Reino transformándose en la roca sobre la que se construyó la Iglesia naciente. Se levantó una y otra vez, se arrepintió, pidió perdón. Creo que Pedro es una buena imagen de lo que es el aspecto humano de nuestra Iglesia, y no por casualidad Jesús nos explica con variados ejemplos como era Pedro a través de los Evangelios. Imaginen ustedes que hubiera pasado si los primeros cristianos hubieran desertado de la Iglesia naciente ante los signos de humanidad que Pedro mostraba. Es obvio que los sacerdotes, manos y brazos de la Iglesia, son personas como todos nosotros, que luchan igual que nosotros cada día. Tú que lees este artículo, mira dentro tuyo en este momento. ¿Eres perfecto? No, no lo eres. Y sin embargo eres Iglesia, eres parte del Cuerpo Místico, igual que los pastores del rebaño.
Un sacerdote español vino hoy a celebrar Misa a mi comunidad, y dijo algo muy claro: los hombres tendemos a juzgar a Dios, y a tratar de imponerle nuestra propia visión de cómo deben ser las cosas. Sin embargo, El decide donde y como actuar impulsando la sangre que corre por las venas de Su Iglesia. También dijo que nunca debemos olvidar que Dios está por encima de Su Iglesia, El es más que Su Iglesia. Me hizo reflexionar, porque esto claramente nos recuerda que Dios guía a Su Iglesia, Él la conduce espiritualmente, más allá de nuestras debilidades como miembros activos y militantes. Estas dos reflexiones llegaron a mi mente y a mi corazón para hacerme un pedido: no debo juzgar jamás ni a Dios ni a los actos de Su Iglesia, vista como un todo, como un Cuerpo Universal. Tengo que aceptar que la enorme Barca de Jesús, el Pescador, avanza zigzagueante pero con rumbo firme frente a los ataques que el mundo actual le realiza. Como vimos en el famoso sueño de San Juan Bosco, sabemos que la Eucaristía y la Virgen son las dos armas que Dios finalmente utilizará para llegar a buen puerto en este mar tormentoso.
Ahora bien, en estos tiempos vivimos una gran controversia alrededor de nuestra Iglesia, que es aprovechada por sus enemigos para iniciar un nuevo ataque, con bríos renovados. Nuestro Pontífice, nuestro Pedro actual, la guía con el mejor criterio que su corazón amante le susurra en el oído. El lucha por imponer la verdad, una verdad basada en el amor, amor que disuelva el odio. Y el mundo, como no podría ser de otro modo, prefiere el odio. Baste ver las luchas de la Iglesia por detener los abortos, por defender el matrimonio y la familia, por detener el deterioro moral de jóvenes particularmente, por detener el terrorismo y asesinatos basados en juegos de poder y odios ancestrales. ¡La Iglesia lucha por arrojar Luz!
Nosotros, que miramos azorados los movimientos más que evidentes que ocurren alrededor de la Nave Insignia, recibimos miles de tentaciones para faltar a nuestra fidelidad. Pero, ¿como podemos comprender y juzgar lo que ocurre, con nuestro pobre intelecto y conocimiento? La soberbia y vanidad están a la vuelta de la esquina, todo el tiempo, buscando que caigamos en el error: ¿yo estoy con Dios, pero no con la iglesia, porque no comparto lo que dicen los hombres que la guían y la componen?. No hay lugar para el hombre dividido, en el Reino de Dios. Están los que unen, y los que desparraman. Dios está en y con Su Iglesia, más allá de nuestras miserias como hombres que la integramos. Dios la guía espiritualmente, y nunca, pero nunca, le dejará sucumbir.
Tiempos de prueba nos esperan, y sospecho que muchos faltarán a su fidelidad. Se fiel a la Iglesia de Cristo, Iglesia guiada espiritualmente por Su Mano, Su Mirada. No hay espacio para alejarse de la Eucaristía, que está allí, en Su Casa, llamándonos. En ningún otro lugar de la tierra El se da de ese modo, en Su Tabernáculo, Su Templo. Es hora de Adoración, de oración, de humildad, de buscar la paz, pero fundamentalmente de ser fuertes en nuestra fidelidad a Dios y Su Templo Eucarístico, Su Eterna Iglesia.