Angelo Giuseppe Roncalli, conocido como el “Papa Bueno”, fue el tercer hijo de los once que tuvieron Giambattista Roncalli y Mariana Mazzola, campesinos de antiguas raíces católicas. A los once años ingresó en el seminario de Bérgamo. En esa época comenzó a escribir su Diario del alma, que continuó prácticamente sin interrupciones durante toda su vida y que hoy es un testimonio insustituible y fiel de sus desvelos, sus reflexiones y sus sentimientos.
El 28 de octubre de 1958, en el cuarto día del cónclave y contando con casi 77 años, Roncalli fue elegido Papa ante la sorpresa de todo el mundo. Escogió el nombre de Juan (nombre de su padre y del patrón de su pueblo natal, aunque escogió este nombre en razón de Juan el Bautista y Juan el Evangelista).
Él dijo:
Elijo Juan… un nombre dulce para nosotros porque es el nombre de nuestro padre, querido para mí porque es el nombre de la humilde iglesia parroquial donde fui bautizado, el nombre solemne de innumerables catedrales esparcidas por todo el mundo, incluyendo nuestra propia basílica San Juan de Letrán. Veintidós Juanes de legitimidad indiscutible (que han sido Papas), y casi todos tuvieron un breve pontificado. Hemos preferido ocultar la pequeñez de nuestro nombre detrás de esta magnífica sucesión de Papas Romanos. Amamos el nombre de Juan, porque nos recuerda a Juan el Bautista, precursor de nuestro Señor… y al otro Juan, el discípulo y evangelista, quien dijo: «Hijos míos, amaos los unos a los otros, amaos unos a otros porque este es el gran mandamiento de Cristo». Tal vez podamos, tomando el nombre de esta primera serie de Papas santos, tener algo de su santidad y fortaleza de espíritu, incluso -si Dios lo quiere- hasta el derramamiento de la propia sangre.