Cuando era pequeño gustaba de construir cometas, las que llamábamos barriletes en mi barriada. Barriletes de todos los colores, de mi equipo de fútbol preferido, de los colores de mi bandera, con las formas que los simples elementos que utilizaba me permitían. ¡Y que hermoso era soñarlos, pensarlos, y poco a poco construirlos!
Este si, éste será mejor que los demás. Será capaz de volar aún con poco viento, de no colear, de no caer. Soñar, y trabajar. Y luego, verlo remontarse en el aire, cuando dejaba las manos de algún amiguito que sonriente lo sostenía, mientras yo corría como un loco desatado para capturar el caprichoso viento que debía llevarlo al cielo.
Cuando mi cometa estaba ya en el aire, era lindo sentarse con el cordel en la mano, sintiendo la fuerza del hilo en mis dedos, mientras pensaba: le pondré más cola, así la próxima vez no se moverá tanto. ¡Que importante era la cola de trapos anudados!. Sin ella, no había ninguna estabilidad en mis barriletes. Conocer el peso y la longitud que debía tener la cola, era parte fundamental de la sabiduría infantil necesaria para construir buenas cometas.
Tengo en mi recuerdo el gozo de mirar a mi barrilete allá alto en el cielo, moverse de lado a lado, arriba y abajo, pero siempre firme, atrapado entre el cordel que mis dedos sostenían, y el viento que lo arrastraba hacia el cielo azul. Y al momento de recogerlo, envolviendo el piolín en la bobina, dejándolo cada vez más cerca y más cerca de mis manos, hasta poder sostenerlo seguro, y llevarlo a casa caminando con una gran sonrisa en los labios. ¡Que feliz era!
Fueron hermosos aquellos años de inocencia y sueños simples, puros. Y ahora, este recuerdo viene a mi memoria porque pienso que las personas somos como barriletes espirituales, que nos elevamos por la fuerza del soplo del Espíritu Santo, y quedamos sostenidos en lo alto sujetos por el cordel firme de nuestra fe en Dios. La cola, mientras tanto, evita que giremos en círculos como desesperadas marionetas: es la esperanza que nos da paz y serenidad.
El cordel es la fe, porque es lo que nos sujeta firme a nuestras convicciones más profundas, es el anclaje que hace que nuestro amor por Dios sea sólido como una roca. La fe nos sujeta, nos sostiene y evita que caigamos en medio de vientos extraños que nos arrojan hacia destinos inciertos. ¡Que sería de nosotros sin fe, donde nos llevarían los vientos poco confiables del mundo!.
La cola, largo y hermoso contrapeso del alma, es la esperanza que nos permite vivir aquí sin caer en la desesperación. Cuando las inclemencias del mundo amenazan con hacernos perder el control, y buscan sacudirnos con violencia para que nos enredemos en nosotros mismos, es la cola del barrilete lo que pone las cosas en su lugar. No importa cuan difícil esté todo, la cola nos hace sentir seguros. ¡Es la esperanza en la segura ayuda de nuestro Buen Jesús!
¡Y el viento, nuestro amado viento!. Es el soplo del Espíritu Santo, que es viento de amor. ¡Que otro soplo podría elevarnos más que el propio amor!. Nuestro rostro, rostro de barrilete, de cometa de colores, se hincha y sonroja con el soplo del amor, nuestros ojos se humedecen al recibir la brisa del que nos ama sin limites. ¡Sopla, Espíritu amado, sopla en mi rostro!. Nada puede elevarme mejor ni de modo más seguro, que el propio Amor de Dios venido a este mundo.
Mi Dios, allá arriba vuelo, para Vos. Estoy sujeto a Tus Suaves dedos a través del cordel de la fe que me une a Ti, mi Padre. Seguro y confiado porque Vos, Jesús, eres quien me da la esperanza en la Salvación, que me mantiene estable en el Cielo. Y con mi rostro bañado por Ti, Santo Espíritu; elevado por el soplo que el amor hecho Persona derrama sobre mi.
Mírame mi Niño Jesús, no quiero caer. No quiero que se corte el cordel de mi fe, ni que la cola de la esperanza que me mantiene estable me falte. Tampoco quiero que el viento del amor que me eleva me abandone, y caiga a tierra, mi Niño Amado, falto de amor. Y si caigo, pequeño Niño Dios, ponme nuevamente a volar, rumbo a Tu Cielo. Hazme ser un buen barrilete, para que sea la alegría de Tu Madre, a la que alegre le presentas Tu Creación ¡Que yo pueda ser motivo de su felicidad!
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Autor: Reina del Cielo