La causa y el efecto de las cosas constituyen una importante forma de plantear la visión de la vida. O lo que es lo mismo, el motivo por el cual hacemos las cosas, y la consecuencia de nuestros actos. La vida es una interminable sucesión de expresiones de nuestra voluntad, donde actuamos con un motivo y generamos una consecuencia, originando efectos que alteran nuestro propio destino y el de los demás también. Muchas veces, a su vez, las consecuencias de nuestros actos, se transforman en el motivo de un nuevo acto, y así la cadena de causa y efecto, causa y efecto, sigue hasta el infinito.
Pero qué importante es que tengamos en claro el orden en que van las cosas, qué cuestión constituye el motivo correcto que debemos enfocar, y cual la consecuencia. ¡confundir motivos con consecuencias es una forma segura de desbarrancar nuestra vida y nuestra alma!. Déjenme ponerles un ejemplo: ¿por qué comemos?. La respuesta correcta es: porque lo necesitamos para subsistir, este es el motivo para desear alimentarnos. ¿Y cual es la consecuencia de la necesidad de alimentarse?. Pues, ¡la consecuencia es comer!. Y de tal modo, tenemos la fortaleza y la vitalidad necesarias para vivir una vida sana y balanceada. ¿Qué ocurre si creemos que el motivo de desear alimentarnos es simplemente comer, en lugar de creer que comer es la consecuencia de la necesidad de subsistír?. Pues que entonces al ser “comer” el motivo, la consecuencia es engordar, acumular excesiva grasa en nuestro cuerpo, desbalancear nuestra salud. Nuestra atención estará puesta en el lugar equivocado, en “comer”, en lugar de en “subsistir”. Cuando confundimos el motivo con la consecuencia, parecemos esas bicicletas con el piñón roto: pedaleamos, pedaleamos, pero la bicicleta no sólo no se mueve, sino que terminamos cayendo al piso por falta de movimiento, de equilibrio. Nuestra acción y esfuerzo aparente, el pedalear, no logran el efecto buscado, el avanzar en perfecto equilibrio sobre la bicicleta.
¿Le ves una aplicación práctica a ésta reflexión, en tu vida espiritual?. ¡Claro que la hay!. Mira: ¿Cuál es el verdadero motivo para asistir a Misa?. Piensa: quizás porque es tu obligación, o porque te lo enseñaron tus padres, o porque tu comunidad lo hace, entre muchos otros motivos. En realidad la cuestión es un poco distinta: asistir a Misa debe ser la “consecuencia” de otro motivo, de otra causa. La causa verdadera debe ser tu amor por Dios, tu amistad cercana con El, tu necesidad de estar cerca Suyo, ¡porque El está realmente Presente en la Eucaristía!. De este modo, asistir a Misa será algo que no te pesará, y tu actitud durante la Misa será totalmente distinta, si planteas las cosas de este modo, del modo correcto. ¿Crees que tus sentimientos en la Misa serán los mismos?. Pues, no. Tu voz le hablará a Dios, tus ojos lo mirarán, todo tendrá un sentido totalmente distinto al estar allí por amor, no por obligación. ¿Cuántas personas en este mundo se sientan todos los días en el mismo banco de la misma iglesia, sin haber descubierto todavía, profundo en el corazón, el verdadero motivo para estar allí?. Causa o consecuencia…
¿Por qué rezas?. Piénsalo, y nuevamente verás que rezar no debe ser un motivo, sino una consecuencia, la consecuencia de necesitar hablar con Dios, contarle tus cosas de cada día, reír y llorar con El, sorprenderlo con tus confesiones, tus pedidos, tu entrega, ¡tu vida!. Rezar de otro modo, no tiene el mismo efecto en Dios. ¡Claro que es preferible rezar a no hacerlo!. Pero si lo quieres hacer en forma perfecta, debes hacerlo como consecuencia de tu amor por Dios. De otro modo, si rezar es la “causa”, la “consecuencia” será que lo haces mecánicamente, con la boca y no con el corazón, tus oraciones no llegarán a Dios con el mismo sentido y fuerza que si lo haces como necesidad surgida de tu pasión por Cristo.
¿Por qué ayudas a los pobres, a los necesitados? El motivo debe ser tu amor por ellos, tu corazón fracturado al ver su necesidad. La ayuda será una consecuencia, no un motivo: el motivo verdadero será el amor por ellos. ¿Y si lo haces por otros motivos?. Lo más probable es que busques “otros efectos o consecuencias”: reconocimiento, que te mencionen como un colaborador. En fin, si lo haces por amor, el reconocimiento no sólo no te interesará, sino que no lo desearás, y hasta lo rechazarás en una actitud de “sincera” humildad (la humildad es sincera cuando es un “efecto”, no una “causa”).
Medita estos ejemplos: en todos verás que hay un ”motivo” profundo para las cosas buenas que intentes hacer o hagas: ¡el amor!: Sin amor, nada sirve. Ni los más caritativos gestos: si no están impulsados por el amor, no valen de nada. Hasta las acciones de quienes trabajan para Dios, si no son acciones fundadas en la caridad, no son perfectas. Por supuesto que es preferible que las hagan a que no las hagan, pero poca utilidad tendrán para sus almas, si no están fundadas en el amor.
Por supuesto que todas estas “supuestas” buenas obras y vida piadosa, si no están basadas en el amor, no son nada, siguiendo las palabras de San Pablo. Como el pedalear en la bicicleta con el piñón roto: un esfuerzo que se ve, que hasta genera sudor y movimiento, pero que no produce efecto motriz alguno, sino caída.
¿Por qué buscas a Dios?. ¿Porque lo amas, porque lo necesitas, porque el corazón estalla de amor por él?. Si no encuentras éste motivo en tu corazón, revisa tu interior, medita, porque el Señor te llama. El, que es puro Amor, te quiere manso y sereno, pacífico como Sus buenas ovejas. Y esa paz sólo la encuentras si buscas como único motivo de tus actos, el amor. Amor por Dios, como “motivo” principal de tu vida, pero también muy activamente y en forma cotidiana, amor por tus hermanos, como una directa “consecuencia” de tu amor por Dios.