Había una vez un Reino, cuyo Rey se caracterizaba por Su infinita Bondad. Y así, Su Reino se manifestaba como fiel reflejo de esa Bondad, ya que era simplemente perfecto. Quienes allí vivían no sabían de sufrimientos ni necesidades, vivían en la plenitud de la vida. Pero ocurrió que un grupo de ciudadanos de aquel Reino, ciudadanos por legítima herencia de Sangre, vivían en una comarca lejana, sin poder disfrutar de las delicias que su ciudadanía les garantizaba ¡Si pudieran tan sólo llegar al Reino!
¿Por qué no iban allí entonces? La historia cuenta que por una deformación genética, desde su nacimiento, todos los habitantes de la comarca sufrían de una severa incapacidad para caminar. ¡Simplemente no podían ir por sus propios medios al Reino, sin realizar un gran esfuerzo! Y así vivían, arrastrándose algunos (hasta pareciéndose por momentos a las serpientes que andaban por la comarca), otros erguidos con gran esfuerzo para al menos lucir dignos, y unos pocos esforzándose por llegar al Reino, añorando estar con el Rey Bueno.
Algunos llegaron al Reino y le contaron al Rey sobre lo que ocurría en la comarca. Fue entonces que Él decidió ayudarlos para que se esforzaran, para que se esmeraran en llegar hasta Él. El Rey Bueno envió mensajero tras mensajero, pero con tristeza recibió noticias desalentadoras a su regreso: ¡se habían acostumbrado a vivir arrastrándose muchos de ellos, y ya ni siquiera pensaban en tratar de ir al Reino!. Hasta estaban orgullosos de su incapacidad de caminar, habían transformado su deformación de nacimiento en algo natural, se envanecían de sus defectos. El Rey, entonces, envió uno y otro mensajero con el mismo resultado, quedando muchas noches triste y llorando en Su Palacio.
Un día, el Rey pensó que sería bueno hacer un esfuerzo final, uno definitivo. ¡Enviaría a Su propio Hijo, para enseñarles y relatarles lo hermoso que es Su Reino, para invitarlos!. E ideó también algo maravilloso: les enseñaría a construir muletas, muletas que podrían usar para caminar hasta el Hogar Paterno. El plan era perfecto, no podía fallar, pensó el Rey. Sin dudas que sería la forma de Salvar a los habitantes de aquella comarca lejana, de traerlos de nuevo a Casa: Su Hijo llevaría la enseñanza, el deseo de volver al Reino, y las muletas que les dejaría serían el medio para caminar hasta Casa nuevamente.
El Hijo del Rey fue a la comarca, vivió con ellos, y cumplió con creces Su cometido. Sólo que fueron pocos los que lo escucharon, los que lo amaron y aprendieron lo enseñado. Su invitación a ir a la Casa de Su Padre ofendió a muchos, a quienes se habían acostumbrado a vivir arrastrándose, haciendo de ello la razón de su vida. Las muletas, de tal modo, fueron tomadas por ellos como signo de amenaza, de agresión. El Hijo del Rey, entonces, fue perseguido y maltratado, hasta extremos indecibles. Pero, habiendo cumplido Su misión, regresó a la Casa de Su Padre para gozar de Su abrazo y amor infinito. ¡La comarca tenía ahora lo necesario para salvarse!.
Sus enseñanzas prendieron con fuerza, y movieron a muchos a valorar y utilizar las muletas como modo de erguirse y dirigirse al Reino prometido. Fueron tiempos felices, donde cientos y hasta miles de habitantes de la comarca entraron con sus muletas a la Casa del Rey. Pero, tristemente, con el tiempo muchos de los habitantes del lugar de los lisiados se olvidaron de la verdadera finalidad de las muletas: ¡era el medio de llegar a Casa, y no lo veían!. Algunos empezaron a usarlas para caminar por la comarca, sin dirigirse al Reino, otros empezaron a modificarlas para hacerlas distintas, hasta hacerlas inutilizables y motivo de discordia, usándolas incluso para golpearse entre ellos. Las transformaron en objetos extraños que no se sabía para que servían. Algunos, finalmente, repudiaron las muletas hasta odiarlas, prefiriendo arrastrarse por la comarca día y noche antes que utilizarlas, y ni pensar de desear ir a la Casa del Rey Bueno.
Mientras tanto, en estos tiempos tristes, unos pocos llegaban a las puertas del Reino utilizando sus muletas. Allí el Rey y Su Hijo los esperaban felices hasta el extremo, para alegría de todo el pueblo que celebraba el retorno de un miembro más de la Nación del Rey Bueno.
En la comarca, las enseñanzas del Hijo habían dejado Sus huellas, pero se debatían entre las disputas generadas entre los que habían transformado las muletas en un instrumento inútil, entre los que las odiaban y repudiaban, y entre quienes sólo querían enseñar al pueblo a utilizarlas del modo correcto, como muestra del Amor que les había enseñado el Hijo del Rey.
¿Qué crees que son las muletas?. Pues es simple: es la Religión, la Verdadera Religión, y todo aquello que Dios nos dio como instrumento útil de Salvación. Las muletas, como la Religión, valen por su utilidad: salvarnos, llegar al Reino. Usarlas de otro modo no tiene sentido, no nos llevan a ninguna parte. Así, tanto las muletas como la Religión no sirven de nada si uno no las pone al servicio del fin supremo: ¡El amor!
El Rey nos envía las muletas para que vayamos a Él, que es puro Amor. El amor es el que nos mueve a querer ir al Reino, y es entonces que descubrimos la verdadera finalidad de las muletas, y nos echamos a caminar decididos, con fe y confianza en la promesa que nos hizo el Hijo del Rey.