Apariciones de María – que dice la Iglesia

Comentario Teológico del Papa Benedicto XVI
sobre las Apariciones de la Virgen María

Revista María Mensajera – Núm 300 – Enero 2006 pp.2-5


Benedicto XVIEl Papa Benedicto XVI, cuando era Card. Josep Ratzinger, hizo una elaboración sobre las apariciones, un comentario teológico, por mandato del Papa Juan Pablo II, que esclareciera perfectamente el tema de las apariciones o revelaciones privadas. Merece para nuestra revista una importancia extraordinaria ese comentario.

Para el Papa, y por tanto para la Jerarquía Sagrada de la Iglesia, en su magisterio ordinario docente, las revelaciones privadas, a saber las apariciones de la Virgen y del Señor a los santos, videntes y místicos, están TODAS contenidas en las Sagradas Escrituras, tienen su sitio especial en el Evangelio de San Juan.

Es, en primer lugar, en el discurso de despedida del Señor, cuando antes de partir de este mundo al Padre, les dijo a sus discípulos:
“Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad completa…” (Jn 16, 12-14)
No es que el Espíritu de la Verdad haga nuevas revelaciones ajenas totalmente al depósito de nuestra Fe, porque ya en la misma despedida reseñada en San Juan se dice que el Espíritu Santo no hablará por su cuenta, “porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros”.

La misión del Espíritu Santo es la de explicitar lo ya existente, aclarar o desvelar mejor lo que ya estaba, pero no se entendía bien por estar velado; hacer comprensible de forma clara y gradual las verdades de fe contenidas en la Revelación Pública. Como muy bien enseña el Catecismo de la Iglesia Católica y cita el mismo Papa:
“Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos” (n. 66)
Es aquí donde las revelaciones privadas, cuando son realmente de Dios, juegan su papel. Ellas son como flechas indicadoras que me llevan a un más perfecto conocimiento de la Palabra de Dios. Gracias a estas revelaciones crezco interiormente en Fe, Esperanza y Caridad. Nadie va al Padre sino por Jesucristo. Y María cuando se aparece me lleva a Cristo, me engendra en Cristo y me lleva a la Iglesia instituida por su Hijo Jesucristo. Es una labor de María y del Espíritu Santo, Esposo de María, que nos envía el Padre y el Hijo para reconducimos mejor a Él.

Revelación pública y privada

FátimaLa doctrina de la Iglesia, dice el Papa Benedicto XVI en su comentario teológico sobre el secreto de Fátima, distingue entre la “Revelación Pública” y la “revelación privada”. Entre estas dos realidades hay una diferencia, no sólo de grado, sino de esencia. El término “revelación pública” designa la acción reveladora de Dios destinada a toda la humanidad, que ha encontrado su expresión literaria en las dos partes de la Biblia: el Antiguo y Nuevo Testamento. Se llama revelación porque en ella Dios se ha dado a conocer progresivamente a los hombres, hasta el punto de hacerse Él mismo hombre, para atraer a sí y para reunir en sí a todo el mundo por medio del Hijo encarnado, Jesucristo.
Y el mismo Papa cita al Catecismo de la Iglesia en su nº 67, cuando dice:
“A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas privadas, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia…. Su función no es la de “completar” la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia”

Las apariciones son una ayuda importante para la fe

Las apariciones de la Virgen, sobre todo cuando son aprobadas por la Iglesia, son una ayuda preciosa para vivir mejor la Fe. Ellas me remiten siempre a la Revelación Pública y a vivir mejor el Evangelio de Cristo. Ellas son una ayuda y aunque no sean obligatorias para la Fe, haremos mal si las desechamos o despreciamos, entre otras cosas porque nos privaremos de unas gracias sobrenaturales que quizás sean necesarias después para poder encontrar la verdadera Luz.

Se deben aclarar, dice el Papa, no obstante, dos cosas:

1º “La autoridad de las revelaciones privadas es esencialmente diversa de la única revelación pública. En la Revelación Pública se exige nuestra Fe. En efecto, en la Revelación Pública, a través de las palabras humanas y de la mediación de la comunidad viviente de la Iglesia, Dios mismo nos habla. La fe en Dios y en su Palabra se distingue de cualquier otra fe, confianza u opinión humana. La certeza de que Dios habla me da la seguridad de que encuentro la verdad misma, y de este modo, una certeza que no puede darse en ninguna otra forma humana de conocimiento. Es la certeza sobre la cual edifico mi vida y a la cual me confío al morir”.

2º “La revelación privada es una ayuda para la fe, y se manifiesta como creíble precisamente porque remite a la única revelación pública. Pero ella no da certeza como la anterior. La Iglesia, cuando las aprueba, nos las presenta únicamente como probables y piadosamente creíbles”.

Inmaculada ConcepciónEl Papa Benedicto XIV dice sobre las apariciones privadas: “No se debe un asentimiento de Fe católica a las revelaciones privadas. Éstas exigen más bien un asentimiento de fe humana, según las reglas de la prudencia, que nos las presentan como probables y piadosamente creíbles.
Y el actual Papa Benedicto XVI hace suyas las palabras de un eminente teólogo francés, E. Dhanis, al afirmar que la aprobación eclesiástica de una revelación privada contiene tres elementos: a) el mensaje en cuestión no contiene nada que vaya contra la fe y las buenas costumbres. b) es lícito hacerlo público. c) y los fieles están autorizados a darle en forma prudente su adhesión. Un mensaje así, concluye el Papa, “puede ser una ayuda válida para comprender y vivir mejor el Evangelio en el momento presente; por eso no se debe descartar Es una ayuda que se ofrece, pero no es obligatorio hacer uso de la misma”.

El criterio de verdad y de valor de una revelación privada es, pues, su orientación a Cristo mismo. Importante: “Cuando esa revelación privada me aleja de Él, cuando se hace autónoma o, más aún, cuando se hace pasar como otro y mejor designio de salvación, más importante que el Evangelio, entonces no viene ciertamente del Espíritu Santo, que nos guía hacia el interior del Evangelio y no fuera del mismo.

La carta más antigua de San Pablo que nos ha sido conservada, tal vez el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, es la Primera Carta a los Tesalonicenses. El Apóstol dice:
“No apaguéis el Espíritu, no despreciéis las profecías: examinad cada cosa y quedaos con lo bueno” (5, 19-21).
“En todas las épocas -dijo el actual Papa cuando era Cardenal Guardián de la Fe- se ha dado a la Iglesia el carisma de la profecía, que debe ser examinado, pero que tampoco puede ser despreciado. A este respecto, es necesario tener presente que la profecía en el sentido de la Biblia no quiere decir predecir, sino explicar la voluntad de Dios para el presente”.

“El futuro no está determinado de un modo inmutable, y la imagen que los videntes vieron, (Nota: se refiere a las apariciones de Fátima) no es una película anticipada del futuro, de la cual nada podría cambiarse”. Está haciendo hincapié el Santo Padre a la condicionalidad de la profecía, lo que siempre hemos defendido en María Mensajera. Y comentado el himno de adoración del Apocalispis, el Papa dijo: “La historia no está en manos de potencias oscuras, sino en manos de Dios. Ante el desencadenamiento de energías malvadas, ante la irrupción vehemente de Satanás, ante tantos azotes y males, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes de la historia”.

Lo mismo enseña el padre José Luis Urrutia, S.I., ya fallecido, en una de sus obras:
“A la espera de los hechos anunciados y próximos ¿qué actitud tomar? Observemos que, si nos son anunciados, es para estimular nuestra reforma de vida, y sobre ello, para que tomemos en serio la reparación por los pecados. La oración y sacrificio de un alma santa, no tiene ante Dios el valor de un solo voto, sino más fuerza que todo un colegio electoral. En nuestras manos está que el castigo sea menos y que más pecadores se salven” (“El Tiempo que se aproxima”, pág. 53)

Con ocasión de las polémicas suscitadas por ciertos grupos descontentos con el texto de la tercera parte del Secreto, revelado en el año 2000, vino un enviado especial de la Santa Sede al Carmelo de Coimbra, para escuchar de nuevo, de labios de la Hermana Lucía, la confirmación de nada más había que revelar. El enviado hizo una pregunta, cuya respuesta la Hermana Lucía no consideró necesaria para el momento y respondió: “¡No estoy para confesarme!”. Esto -dice la Hermana María Celina de Jesús Crucificado, OCD- revela una gran lucidez y libertad y desmiente a quienes afirman que la Hermana Lucía “estaba comprada por el Santo Padre”. ¡No! ¡La Hermana Lucía tenía un carácter tan libre, que no se dejaba “comprar” por nadie, inclusive el Papa!

A Lucía -sigue contando la misma Hermana María Celina de Jesús Crucificado, superiora de Lucía del CARMELO- le producía mucha pena toda especulación que se hacía en tomo al Secreto. Antes de ser revelado acostumbraba a decir con cierta tristeza: “¡Si viviesen lo más importante, que ya se ha dicho!, sólo les importa lo que está por revelar”. Revelado el secreto, comenzó la desconfianza sobre la veracidad del texto. Un día le dije: “Hermana Lucía, dicen por ahí que hay otro secreto”. Ella me respondió: “Si lo saben que lo digan. Yo no sé ninguno más. Hay personas que nunca están contentas. No se hace caso”.

Tres formas de visión

mariaAsí lo expresa el Papa actual:
“Debemos tener siempre presente esta limitación interna de la visión, cuyos confines están aquí indicados vivísimamente. El futuro se muestra sólo “como en un espejo de forma confusa”.
Esta expresión del Papa Benedicto XVI, nos obliga a tener que estudiar desde un punto psicológico la estructura de las revelaciones privadas.
La teología distingue tres formas de percepción o visión: “la visión con los sentidos, es decir, la percepción externa corpórea, la percepción interior y la visión espiritual” (visio sensibilis – imaginativa – intellectualis). Está claro que en las visiones de Lourdes, Fátima, etc.. no se trata de la normal percepción externa de los sentidos: las imágenes y figuras que se ven, no se hallan exteriormente en el espacio, como se encuentran un árbol o una casa. Esto puede demostrarse con mucha facilidad, sobre todo porque no todos los presentes las veían, sino de hecho sólo los videntes. Del mismo modo es obvio que no se trata de una visión intelectual, sin imágenes, como se da en otros grados de la mística. Aquí se trata de la categoría intermedia, la percepción interior, que ciertamente tiene en el vidente la fuerza de una presencia que, para él, equivale a la manifestación externa sensible.
Ver interiormente no significa que se trate de fantasía, como si fuera sólo una expresión de la imaginación subjetiva. Más bien significa que el alma viene acariciada por algo real, suprasensible, y es capaz de ver lo no sensible, lo no visible por los sentidos, una especie de visión con los sentidos internos.
Este tipo de visión es la más habitual en las apariciones que conocemos, dice el Papa Benedicto XVI:
“La visión interior no es una fantasía sino una propia y verdadera manera de verificar, pero conlleva también limitaciones”.

El sentido simbólico

¿De qué limitaciones habla el Santo Padre? .¿No es acaso lo que vemos revelación privada de Dios? ¿O en esa revelación privada o manifestación de Dios al vidente se mezclan cosas del propio vidente, testigo PRINCIPAL Y ÚNICO de la visión revelada? Veamos lo que dice el Papa:

“Ya en la visión exterior está siempre involucrado el factor subjetivo; no vemos el objeto puro, sino que llega a nosotros a través del filtro de nuestros sentidos, que deben llevar a cabo un proceso de traducción. Esto es aún más evidente en la visión interior, sobre todo cuando se trata de realidades que sobrepasan en sí mismas nuestro horizonte. El sujeto, el vidente, está involucrado de un modo aún más íntimo. Él ve con sus concretas posibilidades, con las modalidades de representación y de conocimiento que le son accesibles. En la visión interior se trata, de una manera más amplia que en la exterior, de un proceso de traducción, de modo que el sujeto es esencialmente copartícipe en la formación como imagen de lo que aparece”.

“La imagen puede llegar solamente según sus medidas y sus posibilidades. Las visiones nunca son simples ‘fotografías” del más allá, sino que llevan en sí también las posibilidades y los límites del sujeto perceptor Las imágenes son, por decirlo así, una síntesis del impulso proveniente de lo Alto y de las posibilidades de que dispone para ello el sujeto que percibe. Por este motivo, el lenguaje imaginativo de estas visiones es un lenguaje simbólico”.

Y sigue diciendo al final: “No todo elemento visivo debe tener un concreto sentido histórico. Lo que cuenta es la visión como conjunto, y a partir del conjunto de imágenes deben ser comprendidos los aspectos particulares”.