Marcello D’Agata fue condenado a cadena perpetua en Italia, por su relación con la mafia. Ha pasado ya 26 años en detención y ha cumplido 70 años. Por primera vez en todo este tiempo, ha decidido conceder una entrevista, y lo ha hecho a la revista Credere , para hablar de su fe y su esperanza, con emoción y seleccionando cuidadosamente las palabras. Lo ha traducido al español el digital chileno Portaluz.
Durante unos 8 años estuvo en el duro régimen especial reservado para miembros del crimen organizado. Ahora está detenido en una prisión de alta seguridad en las afueras de Milán. Allí empezó a pintar. Dos de sus obras, la Anunciación y la Natividad, se han convertido en sellos de Navidad del Vaticano para la Oficina de Correos del Papa Francisco, bautizadas -hace unos días- en la prisión Ópera, en presencia, además de él, de Mauro Olivieri, director de la Oficina Filatélica y Numismática de la Ciudad del Vaticano, del arzobispo de Milán, Monseñor Mario Delpini, y del director de la prisión, Silvio Di Gregorio.
Una de sus pinturas, la del Sagrado Corazón, fue llevada a la sala de audiencias del Papa, mientras que otra obra, El árbol del conocimiento del bien y del mal, está colgada en la cárcel. Representa un árbol dividido por la mitad: por un lado, lozano y verde, por otro lado, con hojas marchitas. Pero con unos pocos brotes escasos. “Representan la esperanza”, nos dice Marcello, “porque siempre se puede renacer”.
– Usted tuvo una infancia tranquila y se educó en una escuela católica, con misa todas las mañanas. Cuando eligió unirse a la Mafia, ¿se dio cuenta de que estaba eligiendo el mal?
– Vengo de una familia numerosa: éramos ocho hijos. Mi padre, al no poder apoyarnos a todos en nuestros estudios, decidió que cuatro de nosotros, incluyéndome a mí, debíamos trabajar para dar a los cuatro restantes la oportunidad de continuar sus estudios. Había asistido, durante la escuela primaria y secundaria, a una escuela católica, y luego, a los 13 años, me vi obligado a abandonarla. Pero fue sólo después de la muerte de mi madre en 1983 cuando me vi envuelto en la oscuridad. Yo tenía 30 años y mi madre siempre había sido como una “gallina”, con nosotros los niños alrededor. Cuando murió, nos perdimos. Sentí una gran rabia, en primer lugar hacia mí mismo y me faltaban puntos de referencia. En aquellos años Catania, mi ciudad, era una sociedad opaca…
– ¿Qué es el Mal?
– Lo opuesto al bien. Pero el Mal no paga, sino que tú pagas por ellos. No conduce al futuro. En ese momento, después de todo, no pensé que tenía un mañana.
– Tienes dos hijas, ya crecidas. ¿Qué clase de padre ha sido?
– Un amigo, así como un padre. Mis hijas me contaron sus secretos de adolescentes y yo les di consejos. Están pagando por decisiones que no han tomado. Me reprocharon por haberles traicionado, pero me perdonaron. Hoy también tengo dos nietos.
– Sus pinturas se inspiran en el Jubileo de la Misericordia. ¿Por qué Dios debería tener misericordia…?
– Dios siempre tiene misericordia y perdona: es amor y luz. Somos nosotros los que no lo escuchamos y nos alejamos, él siempre está ahí para nosotros. Dios es la verdad y sabe leer dentro de nosotros: por eso durante años no soportaba entrar en la iglesia, porque no se puede rezar con el mal dentro.
– Sin embargo, la mafia está impregnada de elementos religiosos. No es casualidad que Juan Pablo II y Francisco dirigieran palabras de excomunión a la mafia. ¿Cómo es la fe cristiana para la mafia?
– Entrar en una asociación de tipo mafioso es un acto de lealtad, que se realiza a través del juramento y la llamada pungitina. Un poco como en la Confirmación donde ustedes se convierten en soldados de Cristo; con el juramento se convierten en soldados del mal. Sin embargo, la cultura y la educación tienen un papel fundamental que desempeñar; de hecho, sólo la ignorancia puede llevarnos a creer que el bien y el mal coexisten, cuando son dos fuerzas que se rechazan la una a la otra. Por lo tanto, fue justo que el Papa Francisco dijera que es absurdo creer que los que viven en la ilegalidad pueden rezar. Me refiero, evidentemente, a un contexto de hace 40 años, pero creo que, más en general, no se puede hablar de una auténtica fe cristiana por parte de los criminales, sino de una convicción alimentada por la ignorancia: uno se creía justo y pedía con demasiada facilidad el perdón de Dios por el mal cometido.
– Dios manda no matar. ¿Qué le va a decir?
– No creo que vaya a preguntarme eso, porque ya me ha perdonado. Él me acogerá como el hijo pródigo que ha regresado a la casa del Padre.
– ¿Cuál es la diferencia entre quién aprieta el gatillo y quién lo ordena?
– Ninguna.
– Tiene una cadena perpetua… ¿Qué es la libertad?
– Ya me siento libre. He tenido la oportunidad, en los últimos años, de escuchar la voz del Señor.
– ¿Tiene más remordimientos o más arrepentimiento?
– Sólo remordimiento y el único arrepentimiento es que no pude darme cuenta de que estaba cayendo en un pozo interminable. Estaba ciego y mi mente estaba en la oscuridad.
– ¿Cuándo reza usted? ¿Y cómo reza?
– El mío es un diálogo continuo con el Señor. Lo que me da alegría.
– ¿Reza por sus víctimas?
– Siempre. Rezo por todas las víctimas y por todos los difuntos, para que puedan encontrar la salvación.
– ¿Cuándo y cómo entró la fe en tu vida aquí en la cárcel?
– Era el año 2002, me encontraba en un régimen restringido de 41 bis, el de la dura prisión, cuando recibí de un amigo una postal con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, igual que un cuadro que estaba en lo alto del altar de la iglesia de mi escuela. Desde entonces, esa postal siempre me ha seguido de prisión en prisión. Posteriormente, durante el Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco también nos concedió a los prisioneros cruzar la Puerta Santa y recibir la indulgencia plenaria y con ella la certeza del perdón. Experimenté ese momento con gran intensidad, sintiendo gran alegría en mi corazón.
– ¿Alguna vez habla de la fe con otros prisioneros?
– Con algunos de ellos vivimos juntos el momento de la Misa. No hay necesidad de hablar; son experiencias personales.
– ¿Cuándo fue la última vez que lloraste?
– Dicen que cuando creces, te vuelves un poco como un niño. Así es para mí: lloro mucho, incluso delante de una película o un cuadro. No lloramos por debilidad, sino porque la belleza conmueve.
– Los cristianos saben que la absolución de los pecados presupone un arrepentimiento sincero, concreto y efectivo. Y reparación. Entonces, ¿cómo es posible que un cristiano se disocie de la mafia, pero no se “arrepienta”?
– El arrepentimiento no se trata de colaboración. La verdad y la justicia siempre están unidas, pero la justicia de los hombres es una cosa y la justicia de Dios es otra. Sigo al Divino y ya soy libre.
– Dado que después del arresto la única reparación práctica es la cooperación con el Estado, ¿cree que es posible arrepentirse sin cooperación?
– Repito, el arrepentimiento es personal. Ha habido colaboradores de la justicia que no se han arrepentido, sólo han colaborado para obtener beneficios legales. Dicho esto, si supiera que con mi silencio me hago cómplice del mal, no dudaría ni un instante en hablar.
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Fuente: Religión en Libertad