Todos tenemos generaciones detrás nuestro, abuelos, padres, hijos, tíos, amigos, gente que ni siquiera conocimos, o que aún tenemos en el corazón como un recuerdo que vuelve una y otra vez. ¿Qué debemos hacer por ellos? ¿Acaso debemos simplemente olvidarlos?
Con los ojos de nuestra fe en Dios, sabemos que nuestra alma tiene destino de vida eterna. Pero también comprendemos que tres destinos podemos tener después de nuestra muerte: destino de Reino en un extremo glorioso, o destino de condenación eterna aunque muchas veces nos neguemos siquiera a pensar en ello. Pero, también sabemos que Dios ha sido tan Misericordioso que nos brindó una tercera opción, un paso intermedio para que, no estando totalmente preparados para entrar al Reino, nos purifiquemos y logremos estar en condiciones de ingresar al lugar de la eterna felicidad. Ese lugar de limpieza, de purificación, es el Purgatorio.
Tan simple como ello, nuestra vida es el espacio que Dios nos da para que, haciendo uso de nuestra libertad, nos ganemos el lugar que nos corresponda. Quienes acceden al Reino, almas santas, tienen ganada la eternidad de ser felices en un estado de permanente unión con Dios. Pero también quienes culminan su vida terrenal en el Purgatorio son almas destinadas al Reino, sólo les resta su purificación para lograr estar en la Presencia de Dios, la felicidad sin límites ¡Están salvadas!
De tal modo, ¿qué hacer con nuestros seres queridos, si no sabemos cual de estos tres destinos han sabido merecer? Yo siempre tomo un camino seguro: asumo con convicción que ellos han ido al Purgatorio. El motivo es muy sencillo: si ellos están allí, harán uso pleno de mis oraciones, para acortar su purificación y acelerar su entrada al Reino. En cambio, si ellos han ido al Cielo ya, mis oraciones serán tomadas por Dios y devueltas en forma de Gracias para quienes El considere más apropiado. La posibilidad de que un alma se haya condenado por toda la eternidad es algo que yo no puedo conocer, pero está claro que mis oraciones no podrán hacer nada ya por ella. Una vez más, mis oraciones serán tomadas por Dios y derramadas sobre las necesidades de aquellos que la Divina Providencia decida.
Como verán, las oraciones por las almas de nuestros difuntos nunca son en vano. Particularmente serán de enorme utilidad para sus almas, si ellos se encuentran en el Purgatorio. Las Benditas Almas del Purgatorio nada pueden hacer por si mismas, ya que la oportunidad de preparar sus almas expiró cuando se agotó su etapa en la tierra. Sin embargo, las oraciones que nosotros les dediquemos, particularmente la celebración de la Santa Misa por un alma, constituye una ayuda que sólo comprenderemos cuando estemos juntos en el Reino. Nuestras oraciones acortan y suavizan su purificación, por Gracia de Dios que desea de este modo nos unamos a ellas.
La Comunión de los Santos es la clave de este misterio de Dios. Hablamos de la unión de las almas que configuran a la Iglesia en sus tres pilares: los que estamos aún en la tierra, las almas del Purgatorio, y las almas que están ya en el Reino. Estos tres pilares conforman la Iglesia Cuerpo Místico de Cristo, Iglesia militante, Iglesia purgante e Iglesia Glorificada. Nuestra oración por las Benditas Almas del Purgatorio, de este modo, constituye un gesto de unidad en la Comunión de los Santos, un canto a la Iglesia Eterna y Celestial que nos reúne alrededor del Cuerpo Eucarístico de Jesús, en la celebración de cada Misa.
Oremos por las Benditas Almas de nuestros difuntos, ya que haremos así un bien de enormes proporciones que no podemos ver con nuestros ojos humanos. Pero, con los ojos de la fe, podemos comprender que el Cielo todo se conmueve y alegra cuando realizamos ese extraordinario gesto de amor que es el elevar los ojos a Dios y pedir por las almas de nuestros seres amados.
Un corazón que es capaz de mantenerse unido a sus amados difuntos, por amor a Dios, por fe en Su Palabra, por ser parte de la Iglesia que nos reúne, es un corazón unido a Dios en una especial predilección. Qué enorme gesto de fe, qué gran acto de amor, qué maravilla de la que es capaz un alma que ama más allá de los límites de la propia vida, que ama convencida de nuestro destino de eternidad, de realeza.
¡Gloria al Señor por invitarnos a tan santa misión, a orar por las benditas almas de nuestros amados difuntos!