Milagros de San Francisco, en vida y después de su muerte

Los milagros del pobrecillo de Asís hacen que la iglesia católica, a finales de la época medieval, vuelva a recuperar la credibilidad que tenía en los primeros siglos. San Francisco fue un joven que creció en una familia acomodada y que poco a poco se fue entregando a los placeres del mundo. Quiso recibir honores y ganar reconocimiento haciendo parte de los soldados de Asís. Pero en alguna de las guerras cayó prisionero, y el tiempo que estuvo en cautiverio le ayudó a reconocer lo que Dios quería para su vida. Fue así como Francisco empezó una vida de cristianismo radical, haciéndose pobre para el servicio de los pobres, tanto así que dos años después de su muerte fue declarado santo por la iglesia católica. San Francisco es uno de los santos insignes de la iglesia; sus milagros tanto en vida como después de su muerte son de inmensa cuantía. En los milagros de San Francisco sucede algo muy curioso, y es que parece que fuesen sacados de un libro de cuentos imaginarios.

Milagro en vida, de san Francisco de Asís

San Francisco de AsísSan Francisco lavó la piel de un hombre con lepra. También rezó para que el demonio que lo atormentaba se alejara y dejara libre su alma. Entonces la piel del leproso comenzó a sanar, y su alma también. Cuando el hombre se dio cuenta de que estaba sanando, se arrepintió de sus pecados y comenzó a llorar. El hombre se curó completamente, en cuerpo y alma y se reconcilió con Dios.

Milagro de san Francisco de Asís, después de fallecido

Una mujer, particularmente devota de San Francisco, murió en la ciudad de Montemarano. En la vigilia fúnebre se reunieron muchas personas para rezar, improvisadamente el cadáver se levanta y solicita al sacerdote que estaba allí, el poder confesar. Terminada la confesión, le confía al sacerdote: “Estaba a la espera de ser condenada a una dura pena, pero San Francisco, ha pedido y obtenido para mí, la gracia de volver a la vida, para arrepentirme y confesar todas mis culpas”. Después la mujer se encomendó al Señor.”

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Fuente: Catholic.net